550 pags.
Círculo de Lectores. Galaxia Gutenberg
El poder según España
Si un erudito es un almacenista y
un intelectual un fabricante, Varela es un Leroy Merlin con largas chimeneas
soltando humo. En este libro examina a
los poderosos de España desde los inicios del siglo XIX hasta el gobierno de
Zapatero y nos cuenta quiénes son, de dónde
vienen, qué pretenden, cuál es su bagaje intelectual y cuáles sus motivaciones y,
sobre todo, cuál es su idea del poder y la relación de esta con su idea de
España.
Me ha interesado mucho el
capítulo en el que nos pinta a los políticos de la República: “Menos juristas
que abogados, gentes de Ateneo, tertulia y artículo de ocasión, eran “urbanitas” en un medio rural que pretendían transformar
radicalmente sin conocerlo, y provincianos en un medio internacional explosivo
que imitaban casi tanto como ignoraban. Personas honestas y bien intencionadas,
de una moralidad estricta, casi tan implacables con el descuido económico como relajados
con el principio de legalidad y comprensivos con la violencia política. De
buena pluma y verbo fácil, pero ´inciertos saberes´…” Ante este cuadro es de resaltar, por una parte, de qué poco sirvió la bonhomía y honestidad de aquellos políticos, estando por medio su comprensión de la violencia y su inaceptación de la legalidad. Por otra, si comparamos aquellos rasgos con los de nuestros políticos actuales, es notorio en cuántos casos echamos de menos el rigor ante el descuido económico y en cuántos
reconocemos con absoluta claridad todo lo demás, y muy especialmente el
relajo ante el principio de legalidad y la desconexión entre quienes, desde los
sillones de un Estado ineficiente que se resisten a reinventar, pretenden
reformar la sociedad y la empresa, al estilo de los políticos urbanitas de la
República que pretendían transformar la España agraria.
Los tres ejes fundamentales sobre
los que gira la observación de Varela de la historia contemporánea de España
son libertad, alternancia y democracia, que vienen a plasmarse en los
acontecimientos históricos así: En Cádiz (1812) de proclamó la idea de libertad
y soberanía nacional, pero en los años siguientes, con excepción del trienio
liberal (1920-1923) apenas pudo desarrollarse el primero de los términos,
puesto que la oposición se veía perseguida y excluída del poder y se recurría
al golpismo militar para los cambios de gobierno. Esta
situación derivó en la revolución anarco-federal de 1868 y la sublevación
absolutista de 1873, tras lo cual “no es extraño que políticos liberales de
izquierda a derecha decidieran estabilizar el liberalismo, renunciando al
golpismo militar para organizar la alternancia en el poder por turno pacífico de las dos grandes
familias políticas liberales”. Se produjo así casi medio siglo (1875-1923) en
el que la alternancia acabó con el golpismo, si bien de la mano del caciquismo
y la alquimia electoral, del tal forma que en las décadas de los veinte y
treinta del siglo pasado, “demasiados políticos, militares e intelectuales se
impacientaron”.
Varela continúa así su
descripción del avatar político español desde los años 20 del siglo pasado hasta
nuestros días: “Comenzaron a considerar
que el turno era vicioso y a pensar que la forma de acabar con los vicios era acabar
con el turno –un non sequitur tan
incoherente como popular. Unos lo hicieron manu
militari, simplemente cerrando el parlamento e imponiendo una dictadura
militar (1923-1929). Otros, trajeron la democracia que tantos ansiaban (1931)
pero, creyendo que los vicios se debían al turno, suprimieron cuanto de
pacífico había entre los partidos. Los rivales volvieron a considerarse como
enemigos y su triunfo electoral a interpretarse como una anomalía. Cada mitad
hizo esfuerzos por convencer a la otra mitad que no tenía cabida en su sistema.
En la República, pues, hubo democracia y libertad, en su versión jacobina e
intolerante. Pero la alternancia desapareció del vocabulario y del
funcionamiento del sistema, en la medida en que los partidos no construyeron un
terreno político común. La idea volvió a ser la aniquilación, en lugar de la aceptación del adversario (C. Dardé).
Como todas las catástrofes, la Guerra Civil resulta de la coincidencia en un
punto determinado de multitud de variables complejas, pero aquellas ideas no fueron
ajenas a la tragedia. Pasados los años, no es, pues, extraño que, a la sombra
de una lóbrega y sórdida posguerra, algunos sacaran conclusiones de la amarga
experiencia: fue preciso el gran dolor de
estos días, reconocería don Gregorio Marañón (1946), para que los hombres de
la generación cainita cayeran en la cuenta
del bien perdido y de su magnitud. Tres décadas después, ese espíritu de
tolerancia y reconciliación inspiró la Transición y nos moderó a casi todos.
Fue nuestro never again. Por eso
hemos vivido en libertad sin ira y en democracia estable, porque parecíamos
haber aprendido a respetar la alternancia del rival, residenciando la
competencia en los votos del centro del electorado y la pugna política dentro
de un marco de legalidad. Por primera vez en nuestra historia las tres
variables han coincidido en un tiempo pleno, el sueño de nuestros abuelos hecho
realidad. O eso creíamos”.
Acabo de reseñar este libro el
día en que el Rey Juan Carlos anuncia su abdicación. Esperemos que libertad,
alternancia y democracia nos acompañen en esta nueva etapa.