Tusquets
573 pags.
Gran novela
El
cubano Padura nos dice en la nota de agradecimientos con la que cierra el
libro: “Quise utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar
sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que
muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdidos sueños, años y hasta
sangre y vida”. El logro de Padura no es solo esa
reflexión, sino el haber construido en el camino una gran novela.
Lo
que aquí se cuenta es, en realidad, la vida de cuatro hombres que amaban a los
perros, todos ellos heridos de muerte por esa fábrica de sufrimiento que fue la
utopía comunista. El primero es Iván, un veterinario cubano que en 2004 se
decide a volver a escribir, como terapia contra sus muchas amarguras personales
y políticas, una historia que involucra a los otros tres amantes de los perros.
El segundo de ellos es un hombre con quien Iván se encuentra en una playa de
Cuba en los años 70. Enfermo y solo, envuelto en misterios, quiere depositar en
Iván la narración de una historia terrible. El tercero es Ramón Mercader, el
asesino de Trotski, un hijo de la burguesía catalana que en los años 30 decide
a entregarse a la causa de Stalin bajo los auspicios de su madre, un personaje
complejísimo al que Padura saca chispas. Y el cuarto hombre que amaba a los
perros es el propio Trotski, la bestia negra del estalinismo, al que la novela
nos muestra desde su exilio turco de los años 20 hasta su último día en México,
en 1940.
Cuatro
historias con una construcción narrativa complicada pero magníficamente
trabada, sin fisura alguna, en la que nada sobra ni falta, basada en una documentación
exhaustiva, que en ningún momento agobia el despliegue literario de los personajes y sus emociones. Son estas
lo que marca, junto con el suspense implacable de la trama, el gran interés de
la novela. Ramón Mercader, su mentor o su madre sienten un odio violento y
asqueado por el mundo que quieren destruir, pero sobre todo tienen miedo. “Lo
que nos ha movido no es la fe, como decíamos todos los días, sino el miedo”,
dice alguien al final del libro. No es para menos; la novela nos lleva hasta el
despacho de Stalin, el hombre que mató a veinte millones de personas y sembró
el horror y la miseria en su pueblo durante buena parte del siglo XX.
En Trotski
vemos a un hombre que ama, huye y lucha,
un revolucionario que hasta su último aliento cree en el futuro del ideal por
el que, él también, asesinó y mintió mientras sus enemigos se lo permitieron; un
padre, un esposo y un amante, y también un viejo acorralado que no deja nunca
de ser un lider. Y en Iván, la historia más literaria de cuantas se narran y el
más conmovedor de los personajes, Padura nos pinta a un cubano contemporáneo, “un
hombre bueno contra el que el destino, la vida y la historia se habían
confabulado hasta destrozarlo”. Su peripecia final “funciona como la metáfora de
una generación y como prosaico resultado de una derrota histórica”.
Iván,
el hombre de la playa, Ramón Mercader y Trotski se desenvuelven en diálogos y
gestos que siempre son elocuentes, que nunca son inútiles ni funcionan simplemente
al servicio de la acción, sino que, como ocurre en las buenas novelas, son
gestos, reflexiones, acciones y diálogos que nos ayudan a entender la
complejidad de sus conflictos, y a conmovernos con ellos. Algunas de las
relaciones que ellos despliegan con personajes secundarios nos conducen a
mundos colaterales, que no por serlo dejan de aportar valor al núcleo central
de la novela. Un buen ejemplo son las páginas que se dedican a la relación de
los Trotski con Diego Rivera y Frida Kahlo o Breton, a las luchas feroces entre las
facciones del bando republicano en la guerra civil española o a la juventud
cubana contemporánea. En cada una de esas páginas se muestra, como en el resto
de la novela, la precariedad de cualquier idealismo -desde el amor conyugal
hasta el compromiso político- cuando se enfrenta a las confabulaciones de "la vida, el destino y la historia". Y también se atisba el cinismo, como lancha
salvavidas de cualquier naufragio.