miércoles, 27 de agosto de 2014

Novela. El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura



Tusquets
573 pags.

Gran novela
El cubano Padura nos dice en la nota de agradecimientos con la que cierra el libro: “Quise utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdidos sueños, años y hasta sangre y vida”. El  logro de Padura no es solo esa reflexión, sino el haber construido en el camino una gran novela.

Lo que aquí se cuenta es, en realidad, la vida de cuatro hombres que amaban a los perros, todos ellos heridos de muerte por esa fábrica de sufrimiento que fue la utopía comunista. El primero es Iván, un veterinario cubano que en 2004 se decide a volver a escribir, como terapia contra sus muchas amarguras personales y políticas, una historia que involucra a los otros tres amantes de los perros. El segundo de ellos es un hombre con quien Iván se encuentra en una playa de Cuba en los años 70. Enfermo y solo, envuelto en misterios, quiere depositar en Iván la narración de una historia terrible. El tercero es Ramón Mercader, el asesino de Trotski, un hijo de la burguesía catalana que en los años 30 decide a entregarse a la causa de Stalin bajo los auspicios de su madre, un personaje complejísimo al que Padura saca chispas. Y el cuarto hombre que amaba a los perros es el propio Trotski, la bestia negra del estalinismo, al que la novela nos muestra desde su exilio turco de los años 20 hasta su último día en México, en 1940.  

Cuatro historias con una construcción narrativa complicada pero magníficamente trabada, sin fisura alguna, en la que nada sobra ni falta, basada en una documentación exhaustiva, que en ningún momento agobia el despliegue literario  de los personajes y sus emociones. Son estas lo que marca, junto con el suspense implacable de la trama, el gran interés de la novela. Ramón Mercader, su mentor o su madre sienten un odio violento y asqueado por el mundo que quieren destruir, pero sobre todo tienen miedo. “Lo que nos ha movido no es la fe, como decíamos todos los días, sino el miedo”, dice alguien al final del libro. No es para menos; la novela nos lleva hasta el despacho de Stalin, el hombre que mató a veinte millones de personas y sembró el horror y la miseria en su pueblo durante buena parte del siglo XX. 

En Trotski vemos a un hombre que  ama, huye y lucha, un revolucionario que hasta su último aliento cree en el futuro del ideal por el que, él también, asesinó y mintió mientras sus enemigos se lo permitieron; un padre, un esposo y un amante, y también un viejo acorralado que no deja nunca de ser un lider. Y en Iván, la historia más literaria de cuantas se narran y el más conmovedor de los personajes, Padura nos pinta a un cubano contemporáneo, “un hombre bueno contra el que el destino, la vida y la historia se habían confabulado hasta destrozarlo”. Su peripecia final “funciona como la metáfora de una generación y como prosaico resultado de una derrota histórica”. 

Iván, el hombre de la playa, Ramón Mercader y Trotski se desenvuelven en diálogos y gestos que siempre son elocuentes, que nunca son inútiles ni funcionan simplemente al servicio de la acción, sino que, como ocurre en las buenas novelas, son gestos, reflexiones, acciones y diálogos que nos ayudan a entender la complejidad de sus conflictos, y a conmovernos con ellos. Algunas de las relaciones que ellos despliegan con personajes secundarios nos conducen a mundos colaterales, que no por serlo dejan de aportar valor al núcleo central de la novela. Un buen ejemplo son las páginas que se dedican a la relación de los Trotski con Diego Rivera y Frida Kahlo o Breton,  a las luchas feroces entre las facciones del bando republicano en la guerra civil española o  a la juventud cubana contemporánea. En cada una de esas páginas se muestra, como en el resto de la novela, la precariedad de cualquier idealismo -desde el amor conyugal hasta el compromiso político- cuando se enfrenta a las confabulaciones de "la vida, el destino y la historia".  Y también se atisba el cinismo, como lancha salvavidas de cualquier naufragio.

2 comentarios:

  1. Perfecto análisis de una de las mejores novelas de la década.

    Cuando yo leí “El hombre que amaba a los perros” hace un par de años, necesité otra lectura paralela a la novela en la Wikipedia, en la que descubrí un montón de biografías de personajes siniestros de la NKVD como Yagoda, Yezhov o Beria y la realidad literal de los juicios-purga de los años 30 montados en torno a la paranoia del georgiano Jossif Vissariónovich Dzhugashvili (a) Stalin (hombre de acero). Pero casi lo mejor de la novela, para mí, fue la naturalidad con la que se aparece ante uno la historia europea del siglo XX, y la paupérrima España como campo de tiro de fascistas y bolcheviques y como laboratorio de pruebas del propio Stalin, con personajes tan reales e increíbles como Caridad del Río y Ramón Mercader, espías rusos como el siniestro Orlov y ejecuciones sumarias y teledirigidas de trostkistas a cargo de los comunistas prorrusos, en una sangría continua motivada por el miedo al otro, como comentas muy bien, por la pura paranoia diseminada desde Moscú.

    Análisis perfecto, insisto. Deberías mandárselo al propio Padura (a su cuenta de Twitter, por ejemplo- @leonardopadura). Un saludo veraniego y feliz y productivo otoño.

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  2. Me encantó cuando la leí. También me gustó "La neblina del ayer" a pesar del tono menor y ahora tengo en cola "Los Herejes" Veremos.
    Soy Alberto Hervás, pero por alguna razón misteriosa, la máquina me obliga a poner el perfil de Spadelosviernes, blog que utilicé en tiempos.

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