sábado, 27 de septiembre de 2014

Cine. La isla mínima



Ante todo, el tiempo y el lugar del crimen

Título original: La isla mínima
Duración: 105 minutos
Director: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos



Alberto Rodríguez cuenta que la idea de hacer esta película le vino en una exposición de fotografía. Con la visión en la cabeza del mundo que quería retratar –las marismas del Guadalquivir en 1980-, encajó en ella la historia de una pareja de policías que investigan la desaparición de dos chicas. 

Se nota ese afán prioritario por dibujar un escenario y un tiempo, aunque no por ello la trama que Rodríguez ha cuajado deje de tenerte en vilo. El protagonismo del paisaje y su época es evidente desde los primeros minutos, y el laberíntico y engañoso trazado de las marismas actúa no solo como el escenario de los crímenes y su investigación, sino como metáfora constante de otros laberintos y otros engaños: los que esconden los propios policías en sus pasados éticos y políticos, y los que despliega cada personaje que se encuentran, cada paso que dan, cada diálogo que enebran, cada hilo argumental que surge hacia la resolución del caso.

Rodríguez hace un trabajo impresionante transmitiendo una atmósfera que nos habla no solo de las trampas, ciénagas, pozos, caminos cortados, silencios y puertas cerradas que se encuentran Pedro y Juan en su investigación, sino del aislamiento y la desesperanza de un mundo -la Andalucía rural al final de la transición- que está cambiando, pero que está lejos de transformarse en un lugar decente en el que vivir. El retrato es magistral, porque Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez hacen un trabajo espléndido y porque Rodríguez logra que cada detalle de guión, fotografía y ambientación actúe con eficacia al servicio de esa realidad turbia e inaprensible que nos acaba envolviendo.

La trama termina con algún cabo suelto, lo cual resulta un poco decepcionante, pero tiene sentido en el mundo ambiguo y engañoso del que salimos, y enlaza a la perfección  con el desasosiego que nos ha transmitido esta estupenda película.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Cine. Betibú



Una buena policiaca

Título original: Betibú
Duración: 99 minutos
Director: Hany Abu-Assad
Guión: Miguel Cohan y Ana Cohan (Novela de Claudia Piñeiro)

Betibú es una buena  película policiaca en la que dos periodistas y una escritora de novela negra trabajan en el caso de un importante empresario que ha muerto degollado. Leo en algún lado que la historia trata de los poderes fácticos enfrentados a la prensa, pero a mí me parece que lo que mantiene nuestro interés a lo largo de 95 de sus 99 minutos es una trama detectivesca sobre un asunto privado, una historia muy bien contada en la que la información fluye a buen ritmo para que nunca decaiga el suspense y unos personajes que tienen su propia historia y atractivo. Los minutos finales son una vuelta de tuerca que remata la película con una nueva sorpresa y redondea así una buena historia, bien narrada e interpretada por actores convincentes.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Cine. Boyhood


Un experimento muy logrado, pero nada más 
Título original: Boyhood 

Duración: 164 minutos
Director: Richard Linklater
Guión: Richard Linklater

Sé que llevo la contraria a los críticos de medio mundo, para los que esta película es una obra maestra, pero a mí se me hizo muy larga y me dejó más bien fría.

Linklater ha rodado durante doce años la historia de un niño desde su entrada en el colegio hasta que llega a la universidad, utilizando a los mismos actores, que van envejeciendo y creciendo al hilo de los cambios políticos, económicos y tecnológicos de los tiempos. Ha sorteado las dificultades técnicas del experimento hasta lograr una película que se diría rodada del tirón. En ella se percibe el aliento apasionado de un  creador que ha mantenido el pulso de una idea innovadora y arriesgada durante doce años, hasta lograr un resultado único en la historia del cine. Pues muy bien.

La cuestión es que, una vez descontado el deslumbramiento por la originalidad de la idea y lo impecable de su ejecución, la  vida normal de una familia de clase media americana resulta algo tediosa. Linklater no pone énfasis en ningún conflicto en especial ni nos presenta ninguna mirada original sobre los pequeños dramas propios de cualquier vida más o menos normal: la crianza de los hijos, divorcios, rachas económicas buenas y malas, mudanzas, ilusiones y desilusiones; en una palabra, la vida que va pasando, como una sucesión de presentes que nunca aprenderemos a agarrar con suficiente fuerza.

Cuando el chico llega a los trece o catorce años sabemos que nos queda por delante presenciar su adolescencia de americano medio y observar cómo va perfilándose como adulto, sin que Linklater nos suministre ningún punto de apoyo para ir más allá en la reflexión sobre el tiempo y la vida en la que llevamos sumergidos desde hace dos horas. Y en ese momento la verdad es que la acumulación de escenas familiares empieza a pesar como una losa, y ansías fervientemente la llegada del minuto 164. Por mucho que te hayan dicho que estás ante una obra maestra.

martes, 9 de septiembre de 2014

Novela. Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre



El muy sofisticado valor de la sencillez
Salamandra
443 páginas

Ganadora del premio Goncourt, esta novela ha vendido en Francia más de medio millón de ejemplares, lo que ha hecho decir a algunos que es la perfecta simbiosis entre literatura popular y alta literatura. Nos vemos allá arriba se merece vender eso y mucho más. 

 La historia empieza en las trincheras de la guerra del 14, a punto ya de firmarse el armisticio. Albert Maillard y Edouard Péricourt  viven un sangriento episodio del que salen gravemente mutilados física y mentalmente. La culpa es de Henri d´Aulnay Pradelle , el oficial al mando, decidido a labrarse un futuro en la posguerra gracias a una aureola de héroe que está dispuesto a obtener aun a costa de la vida de sus hombres. En esa trinchera se forja el primer eslabón de la amistad que une a Albert y Edouard. El primero es un contable de medio pelo, hijo de una madre muy pesada; el segundo, el único hijo varón de un millonario que le desprecia por su sensibilidad y su extravagancia. Entre ambos urden la trama de su venganza.  Quieren “hacerle un corte de mangas al mundo”, resarcirse del horror y el sufrimiento que han vivido y recobrar algo de lo que la guerra les arrancó en plena juventud. Ese algo en principio es una montaña de dinero, pero es también un momento de gloria, un padre, una novia, la alegría de vivir, la capacidad de crear, unas chispas de belleza.  Al tiempo que su venganza va tomando cuerpo, Pradelle, el villano de la historia, empeñado en rehabilitar el antiguo esplendor de su apellido, empieza a enriquecerse rápidamente, de la manera más sucia imaginable, y se introduce en una trama de corrupción que avanza hasta el final como un cuento moral perfecto .  

Lemaitre rechaza que Nos vemos allá arriba sea una novela histórica. “No lo es, es una novela de género picaresco. ¿Y qué es la picaresca? Pues El lazarillo de Tormes, que fue mi modelo. La novela picaresca es la novela de la exclusión, es el sálvese quien pueda, es el relato de unos personajes que han de vivir en un mundo que no les quiere”.  En el pequeño mundo de sobrevivientes en el que viven su amistad Albert y Edouard  hay  gratitud,  generosidad, sacrificio, tolerancia, ternura, crispación, fealdad, belleza, miseria, complicidad, humor, tristeza, miedo, alegría. Todo se muestra en profundidad bajo una apariencia de extraordinaria sencillez, con una prosa austera, pero tan visual que a ratos solo pensaba en el nuevo “Hotel Budapest” que Wes Anderson debería hacer con esta historia. Lemaitre ha escrito un novelón a la antigua, pero al tiempo una obra totalmente moderna, apta para adictos al mundo de los 140 caracteres. El único fallo que he encontrado en su lectura es que el episodio bélico del principio resulta un poco confuso. A pesar de ello, sí se perfilan en él con nitidez los tres personajes principales: Pradelle, el villano, y Albert y Edouard, los héroes. Comprenderles es lo importante, y desde el inicio empezamos a hacerlo.

En la  relación entre Albert y Edouard hay un despliegue de emociones que se van percibiendo como cargas de profundidad, sin ningún alarde de estilo, sin que se nos guíe nunca  hacia ellas de manera enfática. El narrador finge ser despreocupado y coloquial en su manera de contar, incluso ingenuo a veces, como si solo buscara el relato puro y simple de unos hechos, como si la eficacia en la comprensión del ir y venir de la acción fuera lo único que le importa, pero lo hace con tal habilidad literaria que, a medida que va construyendo su historia, va creando en el lector una inquietud mucho más profunda,  que le pide indagar en las emociones de los personajes, preguntarse cosas, reflexionar, comprender. El gran valor de Lemaitre es que nos lleva por un camino extremadamente fácil a una preciosa y profunda historia sobre el bien y el mal que los seres humanos podemos hacernos mutuamente.