Título original: Birdman (The
Unexpected Virtue of Ignorance)
Duración: 118 minutos
Director: Alejandro González Iñárritu
Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás
Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo
Reparto: Michael
Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach
Galifianakis, Naomi Watts.
Título original: Still Alice
Duración: 101 minutos
Metamorfosis y De qué hablamos cuando hablamos del amor
No hablo de Kafka ni de Carver,
sino de Iñárritu, Glatzer y Westmoreland, y de las películas recién estrenadas Birdman y Siempre Alice. La primera cuenta la historia de Riggan, que quiere dejar de ser un famoso de
Hollywood, conocido por su papel de superhéroe y mejorable padre de familia, y
emprende una dolorosa metamorfosis para convertirse en un respetado adaptador de Carver y actor de teatro en
Broadway. Su problema es que la voz de ese ser que quiere abandonar le tortura,
asegurándole que siempre será quien es: un
superfluo personaje de Hollywood, despreciado por los que están en la
pomada intelectual de Nueva York, a la que nunca logrará incorporarse. Para
colmo, el actor que contrata para que le acompañe en la obra que ha adaptado y está
a punto de estrenar resulta ser un psicópata decidido a hundirle.
En Siempre
Alice, la protagonista es una brillante y sexy profesora de
Columbia, además de una admirada madre de familia. Su problema es que le diagnostican
Alzheimer, y su sufrimiento consiste en observar impotente cómo aquella
brillante Alice que fue se va diluyendo a medida que su enfermedad la va
convirtiendo en otro ser.
Riggan y Alice sufren en estas dos
películas, el primero porque no logra desprenderse de un yo al que abomina, y
la segunda porque observa aterrada cómo la enfermedad de Alzheimer le arranca todo cuanto le hace ser
quien es y cómo desaparece un yo del que se siente orgullosa. Así que Alice es una mujer triste y aterrorizada
por la nueva persona en que se está convirtiendo, y Riggan un hombre
desesperado porque no logra convertirse en alguien diferente: dos dramas y dos
películas que nos cuentan historias de cambio personal, con perspectivas y
lenguajes totalmente diferentes.
Birdman es innovadora en el fondo y la forma, y no solo porque
Iñárritu ha logrado que parezca rodada en un único plano secuencia, sino porque
sorprende la síntesis prodigiosa de realidad y fantasía, por el audaz empleo de
la música y por la forma en que incorpora las pautas de la modernidad al
viejo relato de la decadencia del actor,
al que se enfrenta con un guión que, sobre todo en su primera parte, te instala
en el laberinto sin salida de Riggan y te obliga a compartir su tortura a
través de un lenguaje cinematográfico que poco tiene que ver con cualquier otra
cosa que hayas visto.
Siempre Alice, en cambio, en principio te
lleva a preguntarte qué aporta la película como tal, además de acercarte a una
realidad terrible, la de los enfermos de Alzheimer. No hay nada en la manera de
exponer el desgarro de Alice y su familia que te lleve más allá de la
contemplación de un tristísimo adiós. El relato es hiperrealista y lineal y la
película va avanzando sin la menor sorpresa., descansando en la fabulosa
interpretación de Julianne Moore. Encuentro
su mérito al dejar reposar la reflexión final, sugerida muy sutilmente en la
última escena. Es fuera ya del cine cuando
logro transportarme un poco más allá y pensar, evocando al Carver de Birdman: ¿De qué hablamos cuando
hablamos del amor? ¿Amamos a los demás o amamos sus capacidades? Y nuestra
autoestima, ¿pende del hilo de que seamos exitosos, sanos y guapos? Cuando
hablamos del amor, ¿hablamos del ser humano que está detrás de las capacidades
que despliega? ¿del que queda cuando se ha esfumado la inteligencia, cuando la
memoria se ha desvanecido y transita en la bruma de la inconsciencia?
Sin llegar al extremo del conflicto de Alice,
¿cómo enfoca su transformación el directivo que pierde su poder al jubilarse,
la mujer que se vuelve transparente con los años, la madre a quien sus hijos
dejan de escuchar? ¿Siguen estas personas siendo merecedoras de auto estima?
¿Pueden llamar amor a lo que ahora reciben de los demás? La hija de Alice, en
un final que no tiene nada de ñoño, nos contesta con un esperanzador sí. Porque
su madre no se ha convertido en una enfermedad, sino que sigue siendo su madre,
y ella la quiere. Alice aún es Alice ahora que apenas se parece a la que fue. Aún
Alice. De haber sido bien traducido el título de esta película, ese sería
precisamente.
Ver Siempre
Alice es sin duda una experiencia más dura, por realista y cercana, que ver
Birdman. Y, sin embargo, qué
pesimismo se desprende de la película de Iñárritu, qué fatal el destino de ese
superhéroe incapaz de hacer realidad la reinvención de sí mismo. Y qué paz, en
cambio, el pensar que el amor puede estar por encima de todo.