jueves, 29 de enero de 2015

Cine. La teoría del todo




Todo muy inglés

Título original: The theory of everythingT
Duración: 123 minutos
Director: James Marsh
Guión: Anthony McCarten (Libro: Jane Hawking)


Tres historias se unen aquí, la de las teorías científicas de Hawking, la de su enfermedad y la de su  matrimonio. Prevalece la tercera, cuya protagonista es Jane Wilde, magníficamente interpretada por una Felicity Jones que, al igual que Eddie Redmayne en el papel de Hawking, es lo mejor de la película.


Sobre el aspecto científico de la historia coincido con lo que dice Boyero: “No puedo juzgarlo, ya que no lo he leído; mi mente siempre se ha sentido incapaz de entender mínimamente las cuestiones científicas. En ese sentido (también en otros), mi cerebro es el de un niño”. Tal vez por esta lejanía visceral que me separa de los asuntos de la ciencia, el personaje de Hawking nunca me ha caído muy bien, a pesar de que su epopeya al mando de un cerebro desasistido por el cuerpo le debería hacer merecedor de cierta simpatía. Por supuesto, el que se las apañara para dejar a su mujer y liarse con otra, una vez famoso, tampoco ha colaborado a convertirlo en un personaje grato para mí. Con semejantes prejuicios, la película de Marsch me interesa lo justo, y si lo hace es porque se trata de una historia de amor rara y muy bien narrada.

La decisión de Jane Wilde de casarse en 1963 con Stephen Hawking, cuando este era un estudiante de Cambridge aquejado de ELA al que daban dos años de vida,  y su extraña y valerosa vida de casada, al cuidado de su marido y sus tres hijos, están narradas sin efectismos ni concesiones sentimentales, con un guión pegado al terreno de la historia que ha escrito la propia Jane sobre su matrimonio, con sus sacrificios y sus particularidades. Entre ellas me llama la atención el papel distante de la familia de Hawking y la ambigua relación que une al matrimonio con el que luego se convertiría en marido de Jane. Todo muy inglés.

miércoles, 28 de enero de 2015

Cine: Siempre Alice y Birdman




Título original: Birdman  (The Unexpected Virtue of Ignorance)
Duración: 118 minutos
Director: Alejandro González Iñárritu
Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo
Reparto: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts.





Título original: Still Alice

Duración: 101 minutos




Metamorfosis y De qué hablamos cuando hablamos del amor

No hablo de Kafka ni de Carver, sino de  Iñárritu, Glatzer y Westmoreland,  y de las películas recién estrenadas Birdman y Siempre Alice. La primera cuenta la historia de Riggan, que quiere dejar de ser un famoso de Hollywood, conocido por su papel de superhéroe y mejorable padre de familia, y emprende una dolorosa metamorfosis para convertirse en  un respetado adaptador de Carver y actor de teatro en Broadway. Su problema es que la voz de ese ser que quiere abandonar le tortura, asegurándole que siempre será quien es: un  superfluo personaje de Hollywood, despreciado por los que están en la pomada intelectual de Nueva York, a la que nunca logrará incorporarse. Para colmo, el actor que contrata para que le acompañe en la obra que ha adaptado y está a punto de estrenar resulta ser un psicópata decidido a hundirle.

En Siempre Alice, la protagonista es una brillante y sexy profesora de Columbia, además de una admirada madre de familia. Su problema es que le diagnostican Alzheimer, y su sufrimiento consiste en observar impotente cómo aquella brillante Alice que fue se va diluyendo a medida que su enfermedad la va convirtiendo en otro ser.

Riggan y Alice sufren en estas dos películas, el primero porque no logra desprenderse de un yo al que abomina, y la segunda porque observa aterrada cómo la enfermedad de  Alzheimer le arranca todo cuanto le hace ser quien es y cómo desaparece un yo del que se siente orgullosa.  Así que Alice es una mujer triste y aterrorizada por la nueva persona en que se está convirtiendo, y Riggan un hombre desesperado porque no logra convertirse en alguien diferente: dos dramas y dos películas que nos cuentan historias de cambio personal, con perspectivas y lenguajes totalmente diferentes. 

Birdman es innovadora en el fondo y la forma, y no solo porque Iñárritu ha logrado que parezca rodada en un único plano secuencia, sino porque sorprende la síntesis prodigiosa de realidad y fantasía, por el audaz empleo de la música y por la forma en que incorpora las pautas de la modernidad al viejo  relato de la decadencia del actor, al que se enfrenta con un guión que, sobre todo en su primera parte, te instala en el laberinto sin salida de Riggan y te obliga a compartir su tortura a través de un lenguaje cinematográfico que poco tiene que ver con cualquier otra cosa que hayas visto.

Siempre Alice, en cambio, en principio te lleva a preguntarte qué aporta la película como tal, además de acercarte a una realidad terrible, la de los enfermos de Alzheimer. No hay nada en la manera de exponer el desgarro de Alice y su familia que te lleve más allá de la contemplación de un tristísimo adiós. El relato es hiperrealista y lineal y la película va avanzando sin la menor sorpresa., descansando en la fabulosa interpretación de  Julianne Moore. Encuentro su mérito al dejar reposar la reflexión final, sugerida muy sutilmente en la última escena.  Es fuera ya del cine cuando logro transportarme un poco más allá y pensar, evocando al Carver de Birdman: ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor? ¿Amamos a los demás o amamos sus capacidades? Y nuestra autoestima, ¿pende del hilo de que seamos exitosos, sanos y guapos? Cuando hablamos del amor, ¿hablamos del ser humano que está detrás de las capacidades que despliega? ¿del que queda cuando se ha esfumado la inteligencia, cuando la memoria se ha desvanecido y transita en la bruma de la inconsciencia? 

Sin  llegar al extremo del conflicto de Alice, ¿cómo enfoca su transformación el directivo que pierde su poder al jubilarse, la mujer que se vuelve transparente con los años, la madre a quien sus hijos dejan de escuchar? ¿Siguen estas personas siendo merecedoras de auto estima? ¿Pueden llamar amor a lo que ahora reciben de los demás? La hija de Alice, en un final que no tiene nada de ñoño, nos contesta con un esperanzador sí. Porque su madre no se ha convertido en una enfermedad, sino que sigue siendo su madre, y ella la quiere. Alice aún es Alice ahora que apenas se parece a la que fue. Aún Alice. De haber sido bien traducido el título de esta película, ese sería precisamente. 

Ver Siempre Alice es sin duda una experiencia más dura, por realista y cercana, que ver Birdman. Y, sin embargo, qué pesimismo se desprende de la película de Iñárritu, qué fatal el destino de ese superhéroe incapaz de hacer realidad la reinvención de sí mismo. Y qué paz, en cambio, el pensar que el amor puede estar por encima de todo.