sábado, 24 de octubre de 2015

Teatro: Escenas de la vida coyugal

Magnífica interpretación


Autor: Ingmar Bergman 
Director: Norma Aleandro 
Intérpretes: Ricardo Darín y Érica Rivas
Sala: Teatros del Canal

El público se ríe más de la cuenta, para mi gusto, en esta representación de la obra que Bergman escribió en los 70 para la televisión, como miniserie de cinco capítulos, y que adaptó al teatro en 1981. Ricardo Darín y Érica Rivas hacen un trabajo espléndido y nada nos hace sospechar, al verles evolucionar con su cadencia porteña por la diversidad de estados de ánimo que atraviesan sus personajes, que todo cuanto vemos está orquestado por el sombrío sueco. La historia plantea una serie de escenas –tal vez demasiadas- que conforman la vida de un matrimonio a lo largo de los años. Hay amor, sexo, complicidad, rutina, lucha, traición, perdón, ternura, histerismo, depresión, risas y lágrimas. Nada de cuanto se nos cuenta ofrece una visión nueva de la institución y sus mil derivadas y la función se sostiene sobre la magnífica interpretación de Darín y Rivas.

jueves, 22 de octubre de 2015

Relatos. Niveles de vida, de Julian Barnes



Pequeña gran obra

Anagrama
143 pags.

Para situarnos en una reflexión sobre el amor y la pérdida, Julian Barnes se sirve en este libro de tres piezas, unidas entre sí por sutiles hilos conductores y por una red de metáforas, que empiezan por el título, Niveles de vida, y sigue con alguna frase que se repite, como esta: “Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia”.

En la primera parte Barnes nos presenta, como si de un relato histórico se tratara, a los pioneros del viaje en globo; gente atacada por el pecado de la altura, empeñados en elevarse para ver (e incluso fotografiar) el mundo desde arriba. Nos toma de la mano, nos traslada al siglo XIX y nos sube en una barquilla que va y viene de Francia a Inglaterra, junto a tres personajes: el fotógrafo Nadar, el militar inglés Fred Burnaby y la actriz Sarah Bernhardt. A dos de ellos los rescata en la segunda parte del libro, que titula En el llano. Ahora Burnaby y Bernhardt viven un idilio; son dos globonoicos felices. En su última conversación se plantean si ha llegado definitivamente el momento de volar “en una maquinaria más pesada que el aire”. “Tendría mandos para gobernarla, controles de ascenso y descenso. Sería menos peligroso”, dice ella. Él se ha enamorado perdidamente, pero ella ama el peligro con una intensidad que él no comprende. Tarda en darse cuenta de que ha aterrizado en el llano de la aflicción.

En la última parte del libro hay un cambio de registro. Es el propio Barnes quien nos relata sus sentimientos, tras perder a la mujer con la que había convivido treinta años, y lo hace mediante una prosa sencilla y directa, rotundamente auténtica. Empieza el capítulo volviendo al leit motiv inicial: “Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas. A veces es como aquel primer intento de acoplar un globo de hidrógeno a otro de aire caliente: ¿prefieres estrellarte y arder o arder y estrellarte? Pero a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por una razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible”.

Juntas dos cosas, nos plantea Barnes. Y es lo que hace él en este libro, con un extraordinario talento: La literatura y la experiencia,  el relato histórico y el relato íntimo, el vuelo y la fotografía, la ligereza del globo y la gravedad de una maquinaria más pesada que el aire, el dejarse llevar entre las nubes y el gobernar nuestro viaje, la pasión que nos eleva  y la muerte que nos hace descender, el amor y la aflicción, un globo que sube y un féretro que baja. La ilusión y la nostalgia. Niveles de vida. Una pequeña gran obra.


miércoles, 21 de octubre de 2015

Cine: Yo, él y Raquel



Excepcional

Título original: Me, Earl and the dying girl
Duración: 105 minutos
Director: Alfonso Gómez-Rejón (novela de Jesse Andrews)
Guión: Jesse Andrews
Reparto: Thomas Man, Olivia Cooke, Connie Britton, Molly Shannon y Nick Offerman

Jessy Andrews no tenía ni idea de cómo hacer un guión de cine, y tal vez de ahí se deriva, al menos en parte, la maravillosa frescura de esta película, basada en una novela suya, que debía de ser una delicia. Junto a Gómez-Rejón, Andrews ha logrado una película excepcional, que narra con un lenguaje totalmente rompedor una historia bastante sencilla. Verla es uno de esos lujos que el cine nos concede solo de tarde en tarde.

El asunto es la relación entre Rachel, una adolescente con leucemia, y Greg, un chico inseguro, que procura pasar desapercibido en el instituto y que hace pelis raras con su único amigo, Earl. La madre de Greg es una concienzuda ciudadana, empeñada en que su hijo haga algo por la humanidad, por lo que le obliga a llamar a su pobre vecina enferma para darle su apoyo.

La forma en que nos cuentan esta historia es un alegato contra los lugares comunes, las ñoñeces y las convenciones sobre la tristeza; un grito a favor del individuo frente a la tribu, un gamberro y retador empujón a las zonas de confort de los creadores de películas ramplonas y una genial revisión de temas tan peligrosamente proclives al tópico como la amistad, el dolor y la iniciación a la vida adulta.

Impresiona cómo Gómez-Rejón y Andrews han dado con la mezcla perfecta de un modernísimo humor negro y un fondo de dramatismo real, y cómo logran sobrecogerte sin apelar a ningún recurso convencional, manteniéndote siempre en vilo, pendiente de que continúen firmes en el mágico equilibrio de su tono, sin pasarse de ternura ni de crueldad, sin ser cínicos ni ñoños, riéndose de sus personajes y amándoles al tiempo, exagerando y a la  vez siendo tremendamente realistas, ampliando el foco al mundo del instituto sin perder nunca de vista el corazón de la película. Cada pieza de la estructura del cuento, cada escena, cada diálogo, cada elemento visual, cada personaje –increíbles los secundarios; increíble la transformación de los protagonistas- se resuelve de forma innovadora, sorprendente, admirable. Lo dicho, un lujo.

martes, 20 de octubre de 2015

Novela. Me voy, de Jean Echenoz



¿Interpretación irónica de la inanidad postmoderna o una de aventuras?

Anagrama
184 pags.

"Me voy", le dice al inicio de la novela a su mujer Felix Ferrer, un galerista en crisis, y se va a casa de una amante. A continuación se despide también de París, esta vez para irse al Polo Norte. Aspira a una mudanza aún mayor: la que va de gestionar a artistas a los que desprecia –el que propone ampliaciones de picaduras de insectos, el que solo produce obras amarillas, el que hace instalaciones con azúcar glass- a gestionar la inmensa fortuna que le va a proporcionar el arte paleoballenero: armaduras de marfil, colmillos de mamut, objetos mágicos y funerarios y otros tesoros de arte étnico escondidos en un barco encallado en el hielo que solo esperan a que él los encuentre y los traiga de vuelta a París. Lo que sigue es una sucesión de huidas y persecuciones, hasta que en la última página Ferrer vuelve a decirlo: “Me voy”.

Esta es una novela cómoda e incómoda a la vez.  Es cómoda porque está escrita con agilidad, humor y sencillez formal, es corta, tiene un ritmo excelente y las peripecias de los personajes se siguen con interés, como en una buena novela de aventuras, lo cual está muy bien si te divierten las novelas con ingredientes exóticos, policiacos, amatorios y picarescos. Y es incómoda básicamente por la sensación de que hay un cierto desprecio del autor por todo cuanto nos está contando, como si, de la misma forma que a Ferrer el mercado del arte actual le parece una gran parida, a Echenoz le pareciera que esto de escribir novelas no es algo que valga gran cosa; como si nos dijera, con la misma desgana con la que  Ferrer mira el arte: “esta sucesión de episodios inverosímiles en los que un personaje de la pomada cultural de París vaga por el mundo como vaca sin cencerro es de lo que va hoy en día la literatura, y no me digáis que no, porque mis contraportadas me emparentan con Flaubert, Kafka y Beckett, y además he ganado el Goncourt”.

No sé, la verdad (esta última frase podría ser de Echenoz, tan coloquial y sencillote); la cuestión es que me ha costado conectar con su tono, con la forma en que se toma a broma a sí mismo como narrador y con el desprecio con que trata a sus personajes y, a pesar de que la lectura ha sido fácil, no es de esos libros que se te pegan al corazón.

La crítica le ha colocado bien alto, pero no hay unanimidad. Por ejemplo, Mercedes Monmany, de Revista de Libros, lo sitúa al nivel de Verne y Conrad,  y lo califica de “forjador de una especie de «tercera vía» del realismo posmoderno literario”.  En cambio, Darío Villanueva, en El Cultural, considera que “en sus descripciones predomina la más absoluta ramplonería, raramente salpicada de excentricidad” y dice no estar nada convencido de que estemos ante "una magistral interpretación irónica de la inanidad posmoderna, en el arte, la narración y la vida”. Estoy más del lado de Darío, a pesar de lo cual agradezco mucho a Ignacio su recomendación, porque he pasado un buen rato con "Me voy".

domingo, 18 de octubre de 2015

Novela. La muerte de Ivan Ilich, de Leon Tolstoi



Vivir como debía
Siruela
86 pags.

Gracias a los “encuentros literarios” de Youtopía voy a leer a unos cuantos clásicos, empezando por esta novela de Tolstoi, autor del que –siento decirlo- no tenía un recuerdo especialmente bueno. Me parece recordar que leí Guerra y Paz  a continuación de El primo Basilio, la gran novela de Queirós, e, inevitablemente, las comparé, puesto que de la segunda dicen que es la Anna Karenina portuguesa; bueno, pues la del ruso me pareció mucho más pobre y menos grata, así que, al volver ahora a Tolstoi, me dije que ojalá en los “encuentros literarios” me sacaran de mi error, o, al menos, me ayudaran a apreciarlo más. Y todo fue bien. Por lo pronto la lectura de La muerte de Ivan Ilich me interesó y disfruté con ella. Después, las contribuciones de estupenda profesora y del resto de los participantes me ayudaron a ahondar.

Ivan Ilich es un burgués que ha vivido siempre de forma decorosa: ha construido una vida profesional como juez, un matrimonio de conveniencia y una vida social estrictamente acorde con los convencionalismos de la época. Ahora se está muriendo, y, al enfrentarse al dolor que le produce su enfermedad y al miedo a morir, debe encarar también otras cuestiones no menos dramáticas: su soledad, la mentira en la que ha vivido y el sentido que tiene o no tiene cuanto ha hecho en la vida.  

Un narrador omnisciente nos sitúa en el corazón y la mente de Ivan Ilich y nos conduce por cinco escenarios: su diálogo con el dolor, su resistencia a la idea de que la muerte pueda ocurrirle a él, la soledad terrible que le separa violentamente de cuantos le rodean, con la sola excepción de su criado, Gerasim y, a ratos, de su hijo pequeño; la herida que le produce la falsedad con la que cree que los demás le tratan, ajenos a su dolor y pendientes de los afanes de sus propias vidas, y, por encima de todo, la cuestión de si “ha vivido como debía”.  Ivan Ilich dialoga consigo mismo y con la muerte en torno a estos temas, mientras la metamorfosis hacia la que intuimos se encamina se va demorando, y nuestro pobre juez sufre intensamente porque no ve la luz, aliviado solo a ratos por la compasión y el sincero cuidado que recibe de Gerasim, el siervo. Es esta relación con el criado la que nos hace intuir que la transformación que le hará entender la muerte –y la vida- vendrá de la mano de una mirada nueva hacia la sociedad en la que ha vivido y hacia su propia familia, una mirada que tenga algo de la sencilla compasión que recibe de Gerasim. Y así ocurre en las últimas páginas, que son las de la epifanía de Ivan Ilich; el momento en el que deja de preguntarse por qué los demás no sienten compasión por él y la preciosa escena en la que el narrador nos dice, una y otra vez, con una cadencia que suena bíblica, que Ivan Ilich “sintió lástima” por los demás. Y es  entonces, y solo entonces, cuando le es dado, por fin, comprender, y tener paz, hasta el punto de decirse “la muerte ya no existe”.

Tolstoi escribió esta obra cuando ya había encaminado su vida hacia lo que sería su particular religión, basada en el amor fraternal al resto de los seres humanos y en una espiritualidad cristiano-anarcoide (que no le impedía, creo recordar, amargarle la vida a su mujer, como retrataba Ramon Sender en Tres ejemplos de amor y una teoría). Anna Karenina y Guerra y Paz quedaban ya atrás. Ahora le interesaba “vivir como debía”, y sin duda lo más atractivo de esta lectura es la comprensión de que lo que esto significaba para Tolstoi. Por lo demás, su escritura es extremadamente sencilla, a ratos incluso puede resultar tosca, y sus recursos literarios están más en la estructura que en la prosa. Lo más destacable es cómo evoluciona magistralmente del tono humorístico del inicio hasta la espiritualidad de las últimas páginas, y cómo va construyendo su historia con pequeños detalles en apariencia banales pero cargados de intención y simbolismo.