lunes, 29 de febrero de 2016

Cine. Brooklyn

Calidad y sencillez

Duración: 111 minutos

Director: John Crowley

Guión: Nick Hornby (Novela: Colm Toibin)



Esta es una sencilla historia sobre emigrantes, bonita, bien contada y con una cuidadísima ambientación. A principios de los años 50, la joven irlandesa Eilis Lacey abandona su país para forjarse una vida en América. Como nos desvela la sinopsis, al poco de instalarse en Brooklyn, Eilis deberá volver a su tierra. Entre las cosas que pasan entonces hay varias que son más bien predecibles, pero no por ello deja la película de ser emocionante. Lo es gracias a un guión bien medido, sin excesos sentimentales, pero  capaz de transmitir con credibilidad el desgarro de la nostalgia y el poder de las raíces, y también gracias a la magnífica interpretación de Saoirse Ronan y del resto del reparto,  y muy especialmente de Jane Brennan, en el papel de la madre de Eilis. 

domingo, 28 de febrero de 2016

Cine. La juventud

Pretenciosa y vacía

Duración: 118 minutos

Director: Paolo Sorrentino

Guión: Paolo Sorrentino


     Un par de octogenarios se enfrentan a la vejez en un balneario suizo. Uno es compositor y director de orquesta (Michael Caine), y no quiere volver a escena; el otro es director de cine (Harvey Keitel), y prepara un guión del que espera mucho. Son íntimos amigos desde la juventud; pasean, charlan, recuerdan, hablan de sus próstatas y bromean. Caine y Keitel son excelentes actores, y su interpretación es lo único que vale la pena de esta película pretenciosa, rebuscada y vacía. A su alrededor hay jóvenes y viejos que no aportan gran cosa, a los que Sorrentino somete a su tratamiento de sofisticación exprés, como a tontas y a locas. 
    Si en La gran belleza Sorrentino lograba una extraordinaria densidad conceptual y estética en cada escena, y aunarlas todas hasta articular una  gran película, aquí hay una corta y pega de extravagancias gratuitas, que no logra hilar un discurso coherente: Maradona enganchado a una botella de oxígeno convive con una pareja de viejos ricos que en apariencia se odian pero se entregan al fornicio entre los pinos, mientras miss universo chapotea ante los dos babeantes protagonistas y la hija del compositor se cuelga de un alpinista (literalmente). Hay una vieja actriz (Jane Fonda) dispuesta a sobrevivir como sea, y un joven y misterioso actor que se prepara para encarnar a Hitler con unos parlamentos en los que no se entiende nada; hay tremendos secretos de familia, hay un suicidio y hasta sale la Reina de Inglaterra.
     Ninguno de estos personajes y situaciones, ni el resto de los rebuscadísimos simbolismos y pretendidas audacias formales de la película, logra construir un relato sobre la vejez, o sobre la amistad, o sobre la vida, que tenga el menor atractivo. La historia de dos amigos viejos, que se debaten entre la depresión y la alegría de vivir y entre abandonarse a la decadencia o luchar por un sitio digno en el mundo queda fagocitada por una parafernalia formal bastante aburrida y, sobre todo, desconectada del corazón de la historia.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Ensayo. Por qué soy cristiano, de José Antonio Marina



Una visión necesaria
Anagrama
152 pags.

   Tras la experiencia propia de creer y descreer que nos narra Carrère en El Reino, me ha apetecido volver a este libro de Marina, en el que se introduce en el sentido que puede tener hoy ser cristiano para alguien que no se siente próximo a la iglesia católica. He aquí los párrafos que me han parecido más interesantes:
   “Hay un trágico esfuerzo por complicar hasta hacerla intransitable la sencilla y calida noción de fe que aparece en el Evangelio”.
     “Creo que el cristianismo está a punto de cambiar de modelo, aunque tal vez sean las ganas que tengo lo que me hace ser optimista. El modelo “gnóstico”, centrado en el credo proclamado, en las construcciones dogmáticas, en la fe como conocimiento, sería sustituido por el modelo “moral”, centrado en el agapé, en la imitación de Jesús, en la construcción del Reino de Dios”.
    “Jesús proporciona una interpretación de Dios, de la dimensión divina de la realidad, que encaja perfectamente con mi modo de entender el mundo, y que puedo por lo tanto acoger. Dice que al Absoluto no se le puede conocer, pero que se le puede realizar. Esto me resulta iluminador. Dios es acción creadora (bondadosa) y quien realiza esa creación participa de Dios, colabora con Él, se convierte en su providencia y ayuda a la implantación del Reino”.
    “El proceso que condujo de pensar a Dios como el poder sumo, a pensarlo como el ser perfecto y, más allá aún, como la suma bondad, me parece el origen de la humanización de nuestra especie”.
    “Si la inteligencia desplegara su actividad creadora, su brillante capacidad de bondad, enérgica y bella, fértil en existencia, ¿qué aparecería? Pues aparecería lo que en términos evangélicos se llama el Reino de Dios”.
     “El cristianismo (…) sucumbió, como gran parte de las religiones, a dos poderosísimas y casi inevitables tentaciones: la ideología de la verdad absoluta y la ideología del poder al servicio de la verdad absoluta, y comprobó las perversas consecuencias que tal claudicación traía”.
     “Nuestra naturaleza está llena de designios (…) Estamos, por ejemplo, diseñados para aspirar a la felicidad. (…) Posiblemente, el deseo de encontrar sentido a la realidad –como decía Frankl- sea una de esas grandes necesidades” (…) No sé de dónde proceden esos grandes designios, diseños o proyectos. Los teólogos se han apresurado a decir que son obra de Dios. (…) No llego a tanto. Los psiconeurólogos nos dicen que son mecanismos configurados a lo largo de la evolución. Tampoco me aclara casi nada. Solo sé que constituyen modos humanos de vivir la realidad. (…) Nos apropiamos de la realidad poéticamente, científicamente, religiosamente. En todos los casos damos una interpretación a los datos que nos llegan. (…) En ausencia de lo que, según el sentido común, llamamos religión, la humanidad no podría haber salido de su condición pre o protohumana. (…) Es cierto que las religiones han sido instrumentalizadas políticamente desde el poder, pero creo que su función moralizadora ha supuesto una benéfica limitación de la arbitraria acción del poderoso… hasta que ellas se convirtieron en poderosas.
   “La tesis que defiendo es fácil de enunciar, pero descontentará a todo el mundo, a los científicos y a los religiosos. Sostengo que hay dos niveles de verdad. Unas verdades son universales y otras verdades son privadas”. 
   "Creer significa apoyarse en alguien que merece un crédito absoluto y otorga confianza. (...) No es un acto racional -no hace falta confiar en la tabla de multiplicar, sino en que las cosas que podrían suceder de otra manera- pero puede ser un acto inteligente".
   “Una persona religiosa puede acomodar su vida a sus creencias, puede explicarlas, pero en lo que afecta a los demás tiene que someterse a los dos grandes niveles de verdades universales: la verdad científica y la verdad ética”."El amor que usted pueda sentir por una persona es, sin duda, una experiencia privada, y acaso sea lo más valioso de su vida".
   Solo aporto un comentario propio. Este último párrafo debería también leerse así:
   “Una persona no religiosa puede acomodar su vida a sus creencias, puede explicarlas, pero en lo que afecta a los demás tiene que someterse a los dos grandes niveles de verdades universales: la verdad científica y la verdad ética”. Y aquí enlazo con el agnóstico Carrère: “Se podría decir que el ateísmo es una creencia sobre algo de lo no podemos saber nada, la simetría exacta de la creencia, y por tanto también una forma de fe”.
  He aquí, como conclusión, tres buenos mandamientos:1) Buscar con “inteligencia creadora” mis verdades privadas y vivir conforme a ellas. 2) Respetar las verdades privadas de todo el mundo. 3) Saber distinguir y respetar las verdades universales.
      No lo veo tan complicado.




martes, 23 de febrero de 2016

Cine. Spotlight



Sobria y eficaz

Título original: Spotlight

Duración: 118 minutos

Director: Thomas McCarthy

Guión: Thomas McCarthy, Josh Singer




    La película está centrada en el magnífico trabajo periodístico que un equipo del Boston Globe realizó en 2002 para destapar los casos de pederastia que se dieron durante décadas entre curas católicos americanos, y que la jerarquía de la Iglesia de Boston ocultó. El guión y la interpretación son un ejemplo de sobriedad y de foco en lo esencial: se trata de narrar un ejemplo excepcional de trabajo periodístico, y McCarthy lo hace con ritmo y fuerza, pero sin aspavientos; con un sereno rigor. El compromiso emocional y el impacto que el caso tuvo en las vidas de aquellos periodistas se percibe sin el menor histrionismo. Sencillamente estaban haciendo su trabajo como debían, y al tiempo enmendando errores de tiempos pasados, en los que habían dejado de lado el asunto. El periodismo también se lleva aquí su parte de crítica.
    Es una historia que parece fácil de contar, pero los guionistas han tenido que soslayar bastantes charcos para sacarla adelante de manera tan competente. Aparte de evitar tratar a los periodistas como super héroes, logran no resultar farragosos al entrar en el detalle de la estrategia del director del periódico, que decide cuál debe ser el objetivo final de la investigación y cuál es el momento en el que hay que publicarla. Esta capacidad de visión le lleva a dirigir lo fundamental del trabajo del equipo: lo importante no es destapar un número escandaloso de casos, sino lograr demostrar la política de la jerarquía eclesiástica al respecto. Y no es que el director sea un genio del periodismo, ni un taimado calculador de las ventas de ejemplares. Es, simplemente, un profesional que hace bien su trabajo, un tipo comprometido con su misión de proporcionar una información lo más relevante posible. McCarthy nos lo cuenta así, y los hechos, narrados con sencillez, le bastan para que la historia nos atrape. Otro charco que evitan los guionistas es el de las escenas escabrosas. En las escasas ocasiones en las que aparecen las víctimas, el destrozo vital que han sufrido se percibe con todo su horror, sin paliativos, a pesar del tono sereno del guión y la puesta en escena.  McCarthy sabe no perder de vista el corazón de su historia, que es la descripción de un trabajo periodístico que tuvo un impacto moral tan decisivo que produjo una conmoción profunda en la Iglesia y acabó conduciendo a un papa a pedir perdón más de una vez.