domingo, 20 de marzo de 2016

Novela. Plata quemada, de Ricardo Piglia



Debolsillo.
171 pags
Dinero quemado, el Cholo y yo

      Ricardo Piglia tiene la audacia de construir una novela muy literaria con materiales en gran parte transcritos directamente de los medios de comunicación. En ella se cuenta el violento atraco a un furgón lleno de dinero que salía de un banco, y la posterior huida de los ladrones, que actuaban conchabados con las autoridades. La voz de un narrador que entra a saco en las mentes perturbadas de los atracadores, que son carne de presidio y manicomio,  se ensambla de forma intermitente con la de los medios de comunicación, que narran la brutal violencia de cuanto ocurre. Son voces tan argentinas, tan localistas, que se leen con acento de allá. En mi caso el eco de la voz del Cholo Simeone (acabo de verle en un video graciosísimo) se ha colado en el libro, y puede decirse que esta lectura ha sido un actividad a tres:  Piglia, el Cholo y yo.
      La primera mitad me ha resultado un tanto confusa. Los distintos nombres y motes de los atracadores y sus cómplices me han complicado la visión diferenciada de cada personaje, y la acción inicial –el atraco y la huida de Buenos Aires- se me ha hecho un poco pesada. He controlado finalmente la novela en su última parte, cuando los  personajes principales aparecen ya nítidamente, refugiados en un piso asediado por la policía y los periodistas, ametrallando a quien se acerque, drogados y enloquecidos; es entonces cuando se redondea la historia de su pasado y de la relación que les une, y entonces cuando les conocemos mejor, y cuando entendemos el título del libro. Plata quemada significa dinero quemado, y quemar plata es “canibalismo”, “un ejemplo de terrorismo puro” y “un acto nihilista”, según los medios de comunicación que seguían el suceso. Mereles el Cuervo, el Nene Brigone y el Gaucho Dorda quemaron una fortuna al final de su aventura, y es en este tramo cuando Piglia logra mostrarnos con acierto quiénes eran y de dónde venían. A dónde iban es ya más complicado de saber, porque ni ellos parecían saberlo.


martes, 15 de marzo de 2016

Novela. Cinco esquinas, de Mario Vargas Llosa


Amor lésbico, política y prensa amarilla
Alfaguara
320 pags.
   
    Cinco esquinas se lee de un tirón, pero es de esos libros que no dejan la menor huella. Alguien relacionaba el otro día a su autor con Woody Allen, el director empeñado en seguir produciendo cine, año tras año, de cuyas últimas películas solemos salir comparándole con el mejor Woody Allen que cada uno recuerda. Sus obras mediocres pueden ser entretenidas, pero a la semana siguiente no sabes ya de qué iban. Pues así ocurre con la última novela del omnipresente Vargas Llosa.
    La novela empieza con una escena de cama entre dos señoras de la burguesía limeña. Su idilio se entrecruza con las peripecias de sus maridos, amigos entre sí, y metidos hasta las trancas en un lío de chantajes urdido contra uno de ellos por la prensa amarilla más deleznable. Los hilos de la operación llegan hasta Fujimori y su lugarteniente el Doctor –remedo de Vladimiro Montesinos-, y entre sus víctimas colaterales destaca un declamador de poesías transformado en payaso, cuya historia nos proporciona las mejores páginas de la novela.
     “La dictadura de Fujimori utilizó el periodismo de escándalo como un arma política para desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus adversarios”, dice el autor en la contraportada. Él lo ha utilizado para urdir una novela entretenida, que recurre al morbo fácil del lesbianismo de dos señoras bien y a la crítica aún más fácil a la alianza de una dictadura con el periodismo amarillo. La novela, en general, no está a la altura de su trayectoria, aunque se sostenga con autoridad porque, a sus casi ochenta años, Vargas Llosa siendo un gran narrador. Su calidad se detecta sobre todo cuando, en el “mural de la sociedad peruana” que construye –palabras suyas-, el autor desciende en la escala social. Si los ricos son más bien  obvios -a pesar de su sexualidad atípica- y los periodistas desclasados y solitarios tirando a tópicos, los personajes más tirados del “mural” están pintados con más talento.
       Otra cosa que dice el autor sobre su libro es que la carga de erotismo que contiene está relacionada con el momento histórico que describe: a más terrorismo, más ganas de sexo. No sé qué tendrá de cierta su teoría, pero se me antoja algo traída por los pelos para cuadrar el sentido de su libro. En la novela se habla de terrorismo, pero el terror no se percibe, no se siente en lo más mínimo.  “Con estos apagones, bombas, secuestros y asesinatos todos los días, quién puede vivir tranquilamente en esta ciudad”, dice una de las guapas protagonistas, al iniciar una escapada a Miami con su amiga, tan feliz. Declaraciones como esta son las que, teóricamente, deben inducir al lector a conectar ambos temas. Pero la conexión no se produce. No es solo que no haya ningún hilo argumental que nos instale directamente en el terrorismo, sino que cuando se menciona no se percibe su impacto real en la vida de los personajes y en los conflictos a los que se enfrentan. Simplemente está ahí porque los personajes declaran que existe. Menos mal que el periodismo español de hoy día está siempre al quite para ponerle un micrófono a mano a Vargas Llosa. Así él puede completar la novela, y explicarnos las razones por las que en su libro hay tanta orgía.  

domingo, 13 de marzo de 2016

Novela histórica. El que tenga valor que me siga, de Eduardo Garrigues


Interesante y entretenida
316 pags.
La Esfera de los Libros

    Eduardo Garrigues nos cuenta aquí la gesta de Bernardo de Gálvez, el español que contribuyó decisivamente a la independencia de Estados Unidos tomando la plaza de Pensacola, en el Golfo de Méjico.  El autor nos sitúa al personaje en su entorno familiar y amoroso, y nos pinta el escenario militar, político y diplomático de su peripecia. Gracias a la estupenda documentación que maneja y a su eficaz narrativa, en la que prima la información sobre la literatura, nos adentramos con facilidad en un mundo complejo: es la época en la que España se debatía entre los pactos de familia de los Borbones, la rivalidad con Inglaterra -a la que declara la guerra-; el afán de consolidar nuestras posiciones en el Golfo de Méjico; las demandas de apoyo que se recibían de los Estados Unidos, que acababan de declarar su independencia y que podrían emerger como una potencia con la que convenía estar a bien, y la necesidad de evitar que cundiera el ejemplo independentista en nuestras colonias.
    En la cuadratura de tantos intereses cruzados, la figura de Gálvez surge como la de un hombre de acción, un doer, que dirían siglos después los americanos a los que ayudó a emanciparse. Me ha parecido especialmente interesante y bien tratado su conflicto con los mandos de la Marina que debían seguirle en su arriesgada aventura de adentrarse en la bahía de Pensacola, y que veían en él más al gobernador de la Luisiana que al militar del que podían fiarse. Por encima del episodio que da origen al título del libro, la fe de Gálvez en la empresa que tenía entre manos,  su valor personal frente al remoloneo de los marinos de toda la vida  y, en una palabra, su liderazgo, son los rasgos del personaje que aparecen con más nitidez. Al fondo vemos a Carlos III, menos  inteligente de lo que pensábamos; al conde de Aranda, un embajador en París con gran olfato estratégico, a quien la corte regateaba apoyos en su afán pro-estadounidense; a Benjamin Franklin, de viaje a Europa con su famosa peluca; a los presos que viven en condiciones infrahumanas en las minas de Almadén y a una serie de personajes secundarios, algunos históricos y otros a caballo entre la historia y la ficción, que, dedicados al espionaje, la política o el contrabando, están muy bien descritos y completan la diversidad argumental de la historia.  
     Eduardo ha manejado una gran cantidad de documentación y la ha seleccionado pulcramente, con habilidad de escritor empeñado en cautivar a sus lectores. Lo ha logrado, porque acierta con la estructura de distintas voces narrativas, porque la acción transcurre con nitidez y agilidad y porque lo que cuenta es muy interesante.

domingo, 6 de marzo de 2016

Cine. La habitación




Una joya

Título original: Room

Duración: 118 minutosDirector: Lenny Abrahamson
Guión: Emma Donoghue (Novela: Emma Donoghue)

    La voz de Jack, un niño de cinco años que ha nacido y vivido siempre secuestrado, nos explica el mundo en el que vive: Se llama Habitación, y en él están Mamá, Cama, Lavabo, Armario,  Baño, Cocina… También está Tele, pero nada de lo que hay en ella es real. Solo existimos tú y yo, mamá, y lo que hay en Habitación, nos dice Jack en el idioma sencillo y claro con el que nombra el mundo que su madre le ha enseñado. Además está Old Nick, el que raptó a mamá hace ya siete años. Mamá no quiere que Jack y él se vean, y cuando Old Nick visita Habitación, Jack debe meterse en la camita que tiene en el armario. Desde allí va contando los empujones que se oyen desde la cama de mamá.
    Durante la primera parte de la película asistimos sin aliento a la visión del mundo según Jack. Cuando a mamá se le van las cosas de las manos, y Old Nick muestra su feo rostro, no vivimos un espanto de adultos, sino que sentimos el horror de los niños ante el ogro del cuento. Pero no es esta la historia de un secuestro, y el guión no se para en Old  Nick, ni en peripecias policiales. Lo que interesa aquí es la mirada de Jack. Los detalles de su vida en Habitación y su forma de ver el mundo cuando sale de allí. Porque sale, gracias a mamá y a la valentía de ambos. Nos interesa Jack y su resistencia a cambiar; su miedo, su valor y los misteriosos recursos que le empujan a levantar la cabeza y sobrevivir. Y, sobre todo, el amor que tiene a su madre, que es el otro polo de la historia. Mamá es la inventora de Habitación, con sus juguetes hechos de cáscaras de huevo y envases,  y del plan para salir de allí. Mamá es la que lo tiene más difícil en el mundo exterior.
  La película es angustiosa y perturbadora, pero también es una joya que nos habla de la fuerza creadora de nuestra mente y nuestras emociones. Impresiona la prodigiosa interpretación de Brie Larson (mamá) y de Jacob Tremblay (Jack), y  la extraordinaria inteligencia con que el guión se escapa del género de secuestros para adentrarse, detalle a detalle, en la poesía que puede desprenderse de la observación del mundo con ojos nuevos, en los conflictos de la libertad, y, sobre todo, en la misteriosa fortaleza del amor entre un niño y su madre, que es la fortaleza del ser humano.