Teatro: Tierra del fuego, de Mario Diament
Dirección: Claudio Tolcachir
Reparto: Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Abdelatif Hwidar,
Juan Calot, Malena Gutiérrez y Hamid Krim
Naves del Español
Borrar fronteras, volvernos más
humanos, achicar las diferencias que nos separan, emprender el diálogo, enfrentarse a los prejuicios y buscar en las
razones ajenas son algunas de las frases que encontramos en el programa de mano
y en las reseñas de esta obra del argentino Diament, dirigida magníficamente por
Claudio Tolcachir, en la que se aborda el conflicto entre judíos y palestinos,
dando voz a personas cuyas vidas se han roto por la violencia y, supuestamente,
buscando el acercamiento de las posiciones de unos y otros.
Magníficamente escrita, montada y
representada, la propuesta de Diament nos envuelve de forma tan inteligente que
cuesta apreciar hasta qué punto está sesgado su discurso; hasta qué
punto se espera del público que perdone el terrorismo palestino mientras que
la llamada a la empatía con los israelíes brilla por su ausencia. De las siete
personas que fuimos juntas al teatro, solo dos percibimos este desequilibrio.
Los demás consideraron que estábamos ante una apelación genérica a la paz y el
diálogo. No tengo nada en contra de intentar comprender a los palestinos. Pero
llamemos a las cosas por su nombre.
La historia es la siguiente: hace
quince años, la israelí Yael fue agredida por un atentado palestino, en el que
murió la amiga que la acompañaba. Vive en Israel, y está involucrada en reuniones
con mujeres palestinas para construir un acercamiento entre ambas comunidades.
Yael decide dar un paso más en su búsqueda de la paz, y viaja a Londres para
conocer al terrorista que la hirió y mató a su amiga; quiere comprender por qué
lo hizo y saber si es capaz de acercarse a él como a un ser humano. Esta
decisión la enfrenta con su marido y con la madre de su amiga muerta, y la
aproxima, en cambio, al terrorista encarcelado y a su abogado. También está en
escena el padre de Yael, que sirvió al ejército israelí en la guerra del 48.
Las voces de Yael y los palestinos construyen
un mensaje de entendimiento que es equidistante en los pronunciamientos
teóricos, lo cual pone al público a favor del discurso, pero los hechos que se
muestran contradicen esta simetría. Hay que entender, sí, pero sobre todo a los
palestinos que fueron arrojados de sus tierras, no a los judíos que se
instalaron en ellas; hay que perdonar, sí, pero sobre todo a los terroristas
palestinos; nada se dice de perdonar a
los judíos por sus atrocidades. Hay que comprender las razones del pueblo
expulsado de sus territorios; nada hay que comprender en el
otro lado, salvo el holocausto, y así y todo, este es traído a colación para
comparar a los israelíes de hoy día con sus verdugos nazis.
El terrorista se arrepiente de
sus acciones violentas con total sinceridad. En su rechazo no hay fisuras. En
cambio, la madre de la israelí muerta en el atentado es todo rencor. El padre
de Yael narra las crueldades que cometió contra los palestinos con tristeza,
pero sin atisbo de arrepentimiento. El marido judío tiene miedo de que sus
amigos les retiren el saludo porque ella pretende comprender a los palestinos. En la obra los judíos son duros y vengativos; los palestinos perdonan. Yael es la
protagonista porque es la excepción. Un bicho raro entre los de su raza. Una
mujer capaz de grandes sacrificios por comprender a los palestinos. La historia
que defienden estos es convincente y está narrada con potencia, con emoción. La
que defienden los judíos es el discurso de un par de viejos rencorosos,
anclados en el pasado.
Unos y otros se enfrentan, hablan,
se acercan y se alejan. Está tan bien construida la obra que a punto estás de
creer que estás ante un discurso a favor del diálogo, cuando estás en una obra
a favor de la empatía con el pueblo palestino. No seré yo quien condene esta
empatía. Pero insisto, llamemos a las cosas por su nombre.
Puestas así las cosas, la obra se queda a falta de otra vuelta de tuerca, a medio camino. Qué gran historia habría construido Diament de haber tenido la audacia de decir que hay que hablar con todos, comprender a todos, perdonar a todos.