viernes, 20 de enero de 2017

Cine. Frantz



Título original: Frantz
Duración: 113  minutos
Director: François Ozon
Guión: Garth Jennings

Frantz cuenta la historia de Anna, una guapa chica alemana que ha perdido en la guerra del 14 a su novio, con cuyos padres vive, dedicada al recuerdo de su amado. Un francés aparece en el pueblo; visita la tumba del novio muerto, llora y emprende una relación con la familia tras la que se esconde un secreto. La época y los personajes están bien retratados, y la historia transcurre al principio con una cadencia primorosa, lenta y elegante. En la última parte, sin embargo, el ritmo se precipita y ocurren demasiadas cosas. Hay un cierto desajuste en ese último tramo en el cual el guión se acelera y aparecen personajes nuevos que no da tiempo a retratar con el mismo mimo que a los anteriores. Este atropellamiento final hace que la película no acabe de ser redonda.

jueves, 19 de enero de 2017

Cine. Silencio



Título original: Silence
Duración: 159 minutos
Director: Martin Scorsesse
Guión: Jay Cocks, Martin Scorsese (Novela: Shusaku Endo

   La película cuenta la historia de dos jesuitas portugueses, que viajan a  en el siglo XVII al Japón en busca de un misionero del que se dice ha apostatado de su fe, como consecuencia de la brutal represión que las autoridades niponas han impuesto a los cristianos. Los jesuitas son jóvenes y puros, y encuentran un Japón en el que los cristianos viven su fe en la clandestinidad, afrontando persecuciones que pronto les conducen a la tortura y el martirio. He leído tantas opiniones y tan diversas sobre esta película, y me pareció tan confuso su mensaje, que me cuesta lanzarme a escribir algunas conclusiones. Lo haré sin renunciar al “spoiler”, que, en esta ocasión, me parece imprescindible para relatar la experiencia.
  Empezaré por decir que no me ha parecido un bodrio larguísimo y repetitivo, como dice más de uno. Me interesó cada minuto y me pareció que la evolución de los personajes y sus conciencias –y ese bello retrato de la naturaleza y la sociedad del Japón del XVII, con imágenes espectaculares, como la de los mártires crucificados en el rompeolas- se merecían la extensión de la película. Tampoco me ha parecido el relato de una trágica experiencia espiritual, con vocación de ejemplificar el arraigo que puede tener la fe en el alma humana, como dicen otros. 
  No he conseguido empatizar con la fe de los jesuitas, ni con la de los japoneses, ni he logrado conmoverme profundamente por el dilema fundamental de la historia, que dirime la cuestión de si pisar la imagen de Jesús –y con ello apostatar- era o no lícito cuando se trataba de salvar, no solo la vida propia, sino la de otros. El dilema es resuelto a las primeras de cambio por uno de los jesuitas, que anima a los pobres campesinos a pisar la imagen para evitar las torturas, y es sin embargo el gran conflicto que progresa hasta el final, y acaba arrasando al protagonista. Que el apostatar es un acto de amor y salvación me parece que resulta bastante claro desde el principio, por lo que el conflicto central pierde vigor en el primer tramo de la película, aunque es cierto que permanece el suspense sobre el desenlace. Cuando, al final, asistimos a la apostasía de Rodrigues, y le vemos convertido en un funcionario que colabora moderadamente en la persecución del cristianismo, mientras mantiene viva su fe, lo que sentimos es compasión, y comprensión, y pena, pero no hay ninguna épica en lo que le ocurre; ni percibo ninguna manifestación grandiosa del poder de Dios en su resistencia íntima. Hay una tragedia humana, de tantas como Dios permite que ocurran. Hay un hombre que se siente muy solo, a pesar de creer aún en Dios, y poco más. No entiendo por qué algunos quieren ver aquí una fuente de polémica.
   Por otro lado, la película, a pesar de ser  muy discursiva –con voz en off incluida-, en ningún momento acaba  de transmitir con claridad qué defienden los jesuitas, y qué es la fe para ellos, más allá de una imagen que no quieren pisotear. Y, cuando lo hacen –en las entrevistas con el malvado inquisidor japonés y sus acólitos- nada de lo que dicen produce un impacto profundo. ¿Por qué defienden a Jesús? ¿Por qué quieren sacar a los japoneses del budismo? ¿Dónde está la buena nueva? Defienden “la verdad”, dicen. Pero no muestran mucho más. Por otro lado, si nos volvemos hacia los cristianos japoneses, vemos que la fe que han adquirido es el motor de su vida, pero Scorsesse no pretende convencernos de que el cristianismo sea para ellos una experiencia espiritual profunda: para esos pobres japoneses perseguidos,  ser cristiano supone oponerse a los que les fríen a impuestos, sentir el alivio de la comprensión de los misioneros y vivir con la esperanza del paraíso. El resultado de esta falta de expresión espiritual de curas y perseguidos, el resultado de esa ausencia de un retrato cálido,  humano y comprensible de la experiencia íntima de la fe, es que nos dan mucha pena y nos angustian mucho sus avatares y espantosas torturas, pero su tragedia nos resulta, a pesar de su crudeza física, algo lejana, algo absurda. Mientras tanto, planea por nuestras cabezas la idea de que estamos ante el retrato de todo cuanto la religión –las religiones- pueden aportar de sufrimiento e injusticia al mundo. Y como por otro lado entendemos que este no es el mensaje que Scorsesse quiere hacernos llegar, la confusión va in crescendo.

miércoles, 11 de enero de 2017

Novela. Amigos y amantes, de Iris Murdoch



Lumen. 538 pags.
No acabo de verlo

    Iris Murdoch es una muy respetada escritora irlandesa, de cuyos libros Ignacio Echevarría ha dicho que han sido para él “una provisión impagable de diversión, de dicha, de conocimiento moral”, y sobre cuya obra se pregunta Bloom: “¿Acaso hay algún novelista inglés vivo que posea la exuberancia y el pulso narrativo que tiene Murdoch?” A lo que Echevarría responde: No. Pues bien, con estos datos tan prometedores, me meto en la lectura de “Amigos y Amantes”. 
   Alrededor de un matrimonio de mediana edad, muy bien avenido y lleno de tolerancia mutua en cuestión de fidelidad –el alto funcionario Octavian, y su atractiva mujer, Kate- viven una serie de personajes, todos ellos torturados por secretos íntimos y relacionados entre sí por una trama de afectos, hipocresías, represiones y anhelos que van evolucionando a lo largo de la novela sin que en ningún momento nada tenga, en mi experiencia lectora, potencia suficiente. El suicidio de un compañero de Octavian –que podría ser un asesinato- da lugar a una investigación en la que descubrimos más material típicamente inglés: perversiones sexuales –más bien inofensivas-, chantaje y golfería. Los personajes se lían y se deslían, los misterios se resuelven y la verdad es que acabo el libro sin que me deje mucha huella, con excepción de alguna idea, como esta reflexión final del protagonista, que destaca Rodrigo Fresan en Babelia: "Amar, reconciliar, perdonar, esto es lo único que tiene importancia. Todo poder es pecaminoso, y toda ley es frágil, la única justicia radica en el amor, radica en el perdón y la reconciliación, no en la ley". 
    Continuando con Rodrigo Fresan, está claro que no comparte mi falta de entusiasmo, y destaca estos ingredientes en el libro: 1. Atardeceres y mareas. 2. Guiños de antiguos dioses. 3. Sentimientos cruzados y sexualidad enredada. 4. Incidentes domésticos (la amputación de un pie) y catástrofes universales (Dachau). 5. El inevitable perro (que aquí se llama Mingo) como testigo de las animales acciones de los humanos. 6. La fascinación un tanto décontracté por el budismo zen y sus alrededores (los iniciados detectaran una tan admirada como admirable reescritura de un episodio de El relato de Genji). 7. Las alusiones a algún pintor clásico (que aquí es Bronzino). 8. Abundantes disquisiciones filosóficas y metafísicas (sombras de Canetti y Wittgenstein) girando alrededor del deseo, del dolor, y del deseo de causar dolor. 9. La comprensión de que lo verdaderamente sobrenatural reside dentro y no fuera de los hombres. 10. La certeza de que nunca habrá un mayordomo a quien acusar…  Y sigue diciendo: “Todo esto -un policial no de acción sino de ideas- presentado con el cerebral frenesí de una sucesora cum laude del teatral William Shakespeare (uno de los mejores pasajes se pregunta por qué jamás escribió una obra sobre Merlín), pasado por el filtro novelístico de León Tolstói con una ambigüedad muy Henry James. 
   Mmmmm……

domingo, 8 de enero de 2017

Novela. Orlando, de Virginia Woolf



Traducción de Jorge Luis Borges
Debolsillo. 292 pags.

Innovación y burla

    Orlando es un noble del siglo XVI rico, elegante y amante de la literatura. Disfruta del mundo isabelino, y, andando el tiempo, aparece en el siglo siguiente, y en el siguiente, y vive hasta el siglo XX. Por el camino Orlando muta en mujer y, cuando lo hace, se enamora de alguien. ¿Quién es el hombre, y quién la mujer, en esa pareja? Poco importa; importa más la pregunta. 
   Orlando se relaciona con los tiempos de manera desigual. El mundo victoriano le desespera un tanto. Prefiere el siglo XVI, y el XVIII, y los tiempos en que fue embajador en Istambul. El libro acaba en 1928, el año en que se escribió. Virginia Woolf lo dedica a Vita Sackville West, su amiga y amante; el hijo de esta dijo de él que era una gran carta de amor. 
     La novela es quizá, sobre todo, una burla. También es una reflexión, y un experimento, pero es el humor sutilísimo que se desprende de la historia y de cómo está contada lo que ha prevalecido en mi impresión. Woolf se ríe de las convenciones de la época respecto al papel de la mujer, la sexualidad y la literatura. Es, además un ejercicio de escritura magnífico. El placer de leer a Virginia Woolf –en este caso, traducida por Borges- está no solo en lo innovador de la trama, sino en sus imágenes brillantes, en el equilibrio de su ritmo y en   su fraseo elegante y algo teatral, sin ser pomposo. Una auténtica delicia.