martes, 28 de febrero de 2017

Cine. Fences


Título original: Fences
Duración: 139 minutos
Director: Denzel Washington

   En Fences hay personajes veraces, y la historia está llena de fuerza y humanidad, pero la cámara parece estar posada ante un escenario en el que se declama un texto durante casi dos horas y media. Quienes lo hacen son excelentes actores, pero no va una al cine para ver teatro.
   El dramaturgo August Wilson es el autor de esta película, aunque haya muerto en 2005, porque suyo es el guión que en su día confeccionó basándose en la obra que le proporcionó un Pulitzer y porque su texto es el elemento que se adueña y manda en la película en todo momento, con la colaboración, por supuesto, de las magníficas interpretaciones de Denzel Washington, Viola Davis y el resto del reparto.
   Ese texto teatral, de apabullante oratoria, pesa como una losa, en especial al principio, cuando se nos presenta a Troy Maxson (Denzel Washington), un padre de familia que trabaja como basurero en el Pittsburgh de los años 50. Su mujer, Rose (Viola Davis), es un personaje mucho más contenido, y por tanto su expresividad resulta más cinematográfica y mucho más atractiva. Maxson, en cambio, es todo verborrea y anécdotas, todo  literatura. No dudo de los méritos teatrales de la obra de Wilson, pero, como he leído en alguna crítica americana, sus metáforas basadas en el baseball resultan cargantes y su narrativa agota. En lo que a su personaje se refiere, no hay nada que se nos muestre; todo se nos cuenta. Concretamente, lo cuenta él, Maxson, en unas conversaciones con su amigo Bono y con su familia que se hacen francamente largas: su durísima infancia, su fracaso como jugador de baseball debido a la discriminación racial, sus principios de padre de familia que se hace responsable de la manutención de sus hijos pero no de mostrarles cariño, su amargura por aprovechar la pensión de su hermano discapacitado, sus contradicciones entre la devoción a su mujer y su derecho a buscar la alegría de vivir en la cama de otra y la mezcla de determinación y vergüenza que le produce el observar el paquete de firmes creencias y rotundos fracasos que conforman su vida. Sí, de acuerdo, hay diálogos vibrantes de Maxson con Cory, su hijo, al que corta las alas con brutal autoritarismo; y con Rose, la mujer que le entrega su vida a cambio de una mezcla de protección, ternura y traición, y con Lyons, su otro hijo, al que desprecia porque no sufre para ganarse la vida como él. Son relaciones cargadas de dramatismo, veraces, interesantes, pero el texto y lo poco imaginativo de la dirección les quita brillantez y en ocasiones las aplasta.

domingo, 19 de febrero de 2017

Cine. Jackie


Lo poco que sabemos de Jackie

Título original: Jackie
Duración: 95 minutos
Director: Pablo Larraín
Guión: Noah Oppenheim                                                                
  En lo que Larraín quiere contarnos lo más importante no son las imágenes del momento del asesinato de John Kennedy, ni la belleza de Natalie Portman y su vestuario, ni los interiores de la Casa Blanca, ni los preparativos del entierro, ni la relación entre Jackie y el resto de los afectados por el magnicidio –su cuñado Bobby; sus hijos, el presidente entrante, Johnson, y el personal afecto a la primera dama- . Sin embargo, es lo que más me ha interesado  en esta película sobre Jackie Kennedy en los días posteriores al asesinato de su marido. Lo que el director aspira a transmitir es el lado oculto de Jackie en la tragedia; lo que sintió y pensó; cada milímetro de su intimidad.   
    Y para ello, claro está, recurre a la invención, puesto que no existen evidencias que nos den certeza de esa intimidad, más allá del horror de ver la cabeza de su marido pulverizada por un balazo sobre su falda y de la angustia por sus hijos y su futuro. Lo que inventa Larraín no es que esté mal, ni tiene por qué no ajustarse a la realidad. Dicen que a Jackie siempre el preocupó mucho el dinero, y que por algo se casó luego con Onassis, y esta inclinación se ve bien reflejada en alguna de sus reflexiones. También encaja que quisiera un entierro con vocación de fijar la imagen del legado de JFK, y su foto saliendo de la Casa Blanca con un niño de cada mano coincide con ello. Pero Jackie es una gran desconocida; una mujer hermética de la que sabemos muy poco. Los medios la encumbraron, junto a su guapo marido, por su juventud y su elegancia, e hicieron de ella un mito a un tiempo fresco y glamouroso, pero poco sabemos de su auténtica personalidad. Aquí aparece, además de tristísima, frívola y caprichosa; descentrada e irresponsable. Acabas un poco harta de ella.
  En resumen, el problema es que el tono grandilocuente con que Larraín pretende convencernos de que ha entrado en el alma de Jackie no casa con lo poco que conocemos de su figura pública, de forma que el guión desprende una cierta sensación de impostura. No te crees su conversación con el cura, ni con el periodista que va a entrevistarla, el cual en la vida real publicó una entrevista con ella que se parece poquísimo a lo hablan en la película. Sus reacciones -expresadas de forma extremadamente prolija, porque ella es el corazón de la película- no acaban de tranmitir emoción, porque, a pesar de la buena interpretación de Natalie Portman, nunca dejas de recordar que nadie sabe nada sobre Jackie.

domingo, 5 de febrero de 2017

Cine. La ciudad de las estrellas (La la land)



Pequeña decepción
Título original: La la land
Duración: 127 minutos
Director: Damien Chazelle
Guión: Damien Chazelle
   Me sorprende muchísimo el entusiasmo de la crítica hacia esta película musical, en la que se narra la historia de amor de una aspirante a actriz y un pianista que luchan por abrirse camino en Hollywood. No he visto en ella esa brillantez que le adjudican. El principio me parece más bien previsible y falto de energía; la segunda parte es más innovadora y contiene alguna escena muy lograda. Pero la historia no deja de ser convencional en ningún momento y ni la música –convincente sobre todo en el lado del jazz, que es el mundo del protagonista- ni el guión me han parecido nada del otro mundo. Emma Stone y Ryan Gosling cantan y bailan suficientemente bien y hay algunos números musicales estéticamente muy logrados, pero…

Cine. Manchester frente al mar

Retrato de lo peor 
Título original: Manchester by the sea 
Duración: 135 minutos 
Director: Kenneth Lonergan 
Guión: Kenneth Lonergan 
Reparto: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler.

   Es difícil encontrar películas tan redondas como esta.  Lonergan acierta plenamente al elegir un tono frío y distante para relatarnos una historia sobrecogedora. Hay una ausencia total de sentimentalismo en este retrato hiperrealista de la tristeza. Es tal el acierto en el tono que los chispazos de humor encajan a la perfección; es tal la inteligencia del guión y la interpretación que de un relato que podría ser un dramón de una ñoñería insoportable surge una gran película. 
  La historia es la siguiente: Lee Chandler (Casey Affleck) es un hombre solitario y violento que regresa a su pueblo con motivo de la muerte de su hermano. El suceso que dio un vuelco a su vida hace años, y que le conmocionó para siempre, vuelve a estar presente con toda su fuerza ante él, mientras debe hacerse cargo de su sobrino adolescente. Podría ser un patético tvmovie, pero es un peliculón. 
  La tristeza, la culpa, la desesperanza y el hundimiento en la fatalidad, con todos sus matices y daños colaterales, impregnan la atmósfera que logra construir Lonergan de principio a fin. Es esta una de esas películas que logran esa suerte de efecto burbuja que solo consigue el buen cine; ese denso microclima emocional en el que uno se sumerge porque todo cuanto ve y oye tiene sentido, porque todo encaja: cada frase y cada gesto de los personajes, la música o la expresividad de la naturaleza en acción. En el interior de esa burbuja, el relato avanza con una estructura narrativa a base de flashbacks, que te introducen en la mente de Lee para inocularte su angustia, su sufrimiento y su impotencia. El presente está dominado por la pugna entre la desesperanza y las ganas de vivir, porque la vida lucha por abrirse paso, a pesar de todo: la vida en forma de sexo, de amistad, la vida que es un barco que aún puede hacerse a la mar, o es el sol que empieza a asomar tras un invierno durísimo, o el nacimiento de un bebé,  o la capacidad de hacer un chiste. 
  Qué serio, qué veraz y qué real es todo cuanto nos cuenta Lonergan. Con qué talento nos muestra cómo a veces la vida no llama con suficiente vigor a la puerta de los desesperados. Cómo domina el lenguaje del cine.

viernes, 3 de febrero de 2017

Novela. Patria, de Fernando Aramburu



Tusquets. 646 pags. 
Gran novela
   La novela es a menudo retrato de un pueblo y una época, y Fernando Aramburu sido comparado por Patria con el Tolstoi de Guerra y Paz, o el Galdós de Episodios Nacionales. No me parece exagerado. Su retrato de la Guipúzcoa rural en los años que van del nacimiento de ETA a su abandono de las armas es sencillamente magistral.
    Patria narra la historia de dos familias, gobernadas por dos madres vascas: Bittori y Miren. Viven en un pueblo pequeño, muy cerca de San Sebastián, a donde acuden cada sábado a merendar juntas. Esa tarde cotillean, se ríen, se sienten un poco más libres. Son íntimas. Así están las cosas hasta que la vida -o ETA, o el conflicto, o el Mal, he aquí el meollo moral del libro- las convierte en  enemigas: Bittori, en el lado de las víctimas del terrorismo. Miren, en el de los familiares de los presos. Ambas son fuertes, obstinadas, solitarias; solo parecen querer de verdad a una persona: Bittori a su marido, con quien habla ante una lápida; Miren a su hijo, con quien se reúne en el locutorio de una cárcel.  Pero no nos equivoquemos, no hay equidistancia; en la novela hay víctimas y verdugos, y el núcleo central de la trama es el acoso y derribo (hasta la muerte) de un hombre que no se plegaba a ETA. Y los daños colaterales.
    Patria es un libro-crónica articulado gracias a personajes de un vigor y una veracidad estremecedora, sobre todo algunos de ellos. En la familia de Miren el personaje central, tras la ama, es Xose Mari, el hijo terrorista, cuya historia nos muestra la transformación de un chaval bravucón y gamberro en un asesino; la génesis de un fanático desalmado. Sus hermanos, Gorka y Arantxa, son dos personajes lúcidos e impotentes, que crecen asfixiados por la opresión del ambiente abertzale, huérfanos de libertades, vigilados y perseguidos por los agentes de la liberación de Euskal Herria que les han tocado en gracia: la madre, el hermano, el cura, la cuadrilla, el dueño del bar, los ojos y los oídos que saben si eres o no leal a la causa, si estás con nosotros o con esos.  En especial Arantxa (y su enfermedad, síndrome del cautiverio, metáfora terrible) constituyen uno de los elementos esenciales del libro, porque nos muestra un tipo de víctima del terrorismo con el que no estamos tan familiarizados. La mirada de Arantxa al mundo etarra –que es el mundo de su madre, de su hermano, de sus amigas- nos da un ángulo nuevo para mirar la degradación  moral de la sociedad  que alimenta y sufre  el  terrorismo. Esa perspectiva, esa mirada desde dentro, nos proporciona una imagen tan escalofriante como la de los telediarios: nos muestra el relato pro etarra con todos sus mecanismos dialécticos para disculpar el asesinato en boca de una madre implacable, que discute con el marido, con la hija, que odia a la que fue su amiga, que  exige a cualquiera que quiera acercarse a ella que comparta su odio, su xenofobia, su fanatismo. Xosian, el marido de Miren, es un pelele, un pobre hombre sumido en una cobardía que inspira al tiempo asco y compasión.
    En el lado de Bittori, el de las víctimas del terrorismo, tampoco hay un duelo vivido de la misma forma. Está el hijo médico, Xabier, que se niega a sí mismo la alegría, que se resigna a desaparecer del mapa y que no reclama nada, y Nerea,  la hija desorientada, avergonzada de ser víctima, intentando escapar, sin lograrlo, de la atmósfera del crimen, queriendo hacer como si nada hubiera pasado, pero portadora de un dolor infinito. El libro les acompaña desde el asesinato de su padre, siendo ella y su hermano muy jóvenes, hasta su madurez, y nos muestra sus heridas, y su huida, y el dolor que produce esa huida en su madre, porque Bittori no quiere escapar, sino zanjar las cosas, que los malos vean su maldad, averiguar qué pasó, que le pidan perdón y perdonar. Un esfuerzo ímprobo y solitario el de Bittori.
    Aramburu ha resuelto esta historia a través de 124 capítulos muy cortos, con estructura de relatos breves. La acción va y viene a través de casi cuarenta años. El narrador funde su voz con la de los personajes, que hablan en primera persona. Todos hablan con frases breves, secas, repletas de modismos locales. Parece oírse el acento vasco. No es gente de expresión emocional, ni de gestos sentimentales. Un hombre tiene que morirse para que su mujer le diga que le quiere. Es este uno de los grandes méritos de la novela: personajes bien perfilados, conmovedores, profundos, que pueden  odiarse, pero tienen un lenguaje común. No son españoles y vascos. Son todos euskaldunes, conocedores de la lengua vasca, enamorados de su pueblo, parcos en palabras, apasionados a su manera. Este lenguaje común que usa el narrador y sus personajes, sean estos víctimas o verdugos, nos hace más evidentes las preguntas: ¿Qué demonios les ha pasado para que unos hayan decidido torturar a los otros? ¿Por qué han empezado a odiarse los que antes se querían?  ¿Qué puede hacer que sometas a tus mejores amigos a la tortura del aislamiento, el desprecio, el acoso, la indiferencia? ¿Qué puede hacer que disculpes su asesinato? Episodio a episodio, día a día, conversación a conversación, Aramburu construye una historia en la que se nos sitúa tan cerca de las respuestas como es posible. Sabe de lo que habla. Conoce el papel repugnante de buena parte de la iglesia vasca, la bazofia propagandística de ETA y sus métodos de coacción, las dificultades para ser libre en un pueblo pequeño dominado por los abertzales,  los entresijos de la vida en un comando etarra y la eficacia brutal de la respuesta anti terrorista del Estado. Espectacular.
    Tal vez sobre alguna trama complementaria. Es tal la fuerza del río central del libro, que todo cuanto se nos narra es examinado a la luz de esa historia, y a alguna trama –lo que le ocurre a Ramontxu, el amigo de Gorka, con su hija, o las andanzas amorosas de Nerea- le falta un encaje claro en el corazón de la novela. Pero el dinamismo de la estructura en capítulos cortos, lo poderoso del lenguaje que utiliza, la agudeza y profundidad de sus diálogos y descripciones y la veracidad que se desprende de cuanto hacen y dicen sus personaje arrastra cualquier duda. El libro interesa, y emociona, de principio a fin.