Alfaguara
544 pags.
Omnisciente Marías
Tengo que reconocer que he leído con interés
la última novela de Marías, aunque del interés al placer hay un buen trecho,
reflexión que me hago cada vez que me adentro en una de sus novelas. En esta
ocasión aborda la historia de un marido ausente durante años, casi por una
vida, al que su mujer espera.
Berta se casó muy joven con Tomás Nevinson, medio
español medio inglés, al poco de regresar él de estudiar en Oxford. Fue allí
donde el destino, o el MI6, o quien quiera que sea que define las vidas de la
gente, sentenció no solo su profesión, sino también su matrimonio, y, lo que es
más importante, su identidad y su catadura moral. Fue allí, en ese ambiente tan
querido por el autor y que tan bien retrata, ese ambiente “fuera del universo”
de académicos hispanistas y anacronismos, donde Tomás empezó a dejar de ser
Tomás, y Berta comenzó a no saber quién era su marido.
Mientras
nos narra esta historia, Marías reflexiona. Lo hace con un tono monocorde,
intenso, dosificado en largas oleadas que se infiltran en la acción una y otra
vez, con su estilo inconfundible, repleto de referencias literarias, con esa “laxitud
sintáctica” -son palabras de un crítico-
que logra ponerme nerviosa. Da igual que hable en tercera persona un narrador
ominisciente –como ocurre cuando seguimos la peripecia de Tom-, o que lo haga
la propia Berta Isla –cuando es ella quien nos cuenta su aislamiento, su
angustia y su miedo-. Todos hablan con la voz de Marías. De hecho hay un
párrafo –que aparece en la contraportada- que repiten el uno y la otra con
idénticas palabras. El resultado es que esa especie de contrato emocional que
como lectora espero hacer con el autor en cada libro, y que me conduce a procurar estar “a
favor” de él, a perdonarle sus fallos, a reírle sus chistes, a agradecerle su
brillantez, a indagar en su esfuerzo e intenciones, a seguirle el rollo, ese
pacto que normalmente se decide en las primeras cincuenta páginas, en el caso de Marías no se da, porque su presencia
es excesiva y apabullante, porque es a Marías a quien escuchas cuando habla
Berta, y es él el que te muestra lo que piensa y siente Tomás. Es él el que
reflexiona sobre la moralidad del espionaje, sobre la libertad del ser humano
para decidir la propia vida, sobre la liviandad del mundo de hoy frente al de
mediados del siglo XX; es Marías quien explica cómo se sentiría Penélope en el
Madrid de los años ochenta y noventa, qué siente al perder la virginidad, cómo
se plantea su viudedad sin muerto. Y es Marías quien habla cuando hablan los
espías, los profesores de Oxford, los que amenazan y los que observan, los que
mandan y los que obedecen, el que se va y la que espera. Esta presencia abrumadora del autor en cada página,
por encima de los personajes, por delante de los conflictos que se plantean, es
lo que me desengancha emocionalmente del libro, lo que me hace perder empatía con su autor hasta hacérmelo resultar un tanto cargante, a pesar del interés de los
temas que aborda y de la indudable calidad de su escritura. Manías que
tiene una.