domingo, 28 de enero de 2018

Cine. Muchos hijos, un mono y un castillo


El gancho de lo auténtico

Título original:  Muchos hijos, un mono y un castillo
Duración: 90 minutos
Director: Gustavo Salmerón
Guión: Gustavo Salmerón, Raúl de Torres, Beatriz Montáñez
Reparto: Gustavo Salmerón, Julia Salmerón
    
    Durante 14 años Gustavo Salmerón ha rodado imágenes de su familia, en la que sobresale el personaje de su madre, Julita, la mujer cuyo sueño era tener muchos hijos, un mono y un castillo y la persona que logra que este documental te haga sonreir, reir a carcajadas, sorprenderte, conmoverte y pensar. Julita es ingenua y avispada,  romántica y luchadora, divertida y fresca como una lechuga. Es natural ante la cámara; despliega una autenticidad que te engancha. Su hijo Gustavo nos la muestra en sus momentos buenos y en otros que no lo son tanto, y acabamos conociendo no solo sus excentricidades, sino lo que piensa de la vida y de la muerte, pasados ya los ochenta. Salmerón, con las tropecientas horas de rodaje y los super ochos de su infancia, y con la ayuda de estupendos guionistas y montadores, ha conseguido una pieza entre surrealista y cómica, que funciona como biografía de una mujer excepcional y también como crónica del hundimiento económico de una familia marcada por la ausencia total de sentido práctico, a pesar del padre ingeniero, cuya relación con Julita es una de las joyas de la película.

Cine. Call me by your name



Love story

Título original:  Call me by your name
Duración: 130 minutos
Director: Luca Guadagnino
Guión: James Ivory, Luca Guadagnino (Novela: André Aciman)
     
    Elio tiene 17 años y pasa el verano en una gran casa de campo que sus padres tienen en el norte de Italia. Son cultos, sofisticados, políglotas, ricos y liberales. El padre de Elio es profesor y arqueólogo, y cada verano recibe en su casa a un alumno que le ayuda en su trabajo. En esta ocasión se trata del Oliver, un americano guapísimo, con un punto de arrogancia, que se instala en el cuarto de Elio, el cual se traslada a la habitación vecina. Alrededor de la familia van y vienen amigos jóvenes con los que Elio se entretiene a ratos, y alguna chica con la que tiene sus primeros escarceos sexuales, cuando no está entregado a la lectura o a escribir música.
  El enamoramiento de Elio por Oliver va creciendo  lentamente, y este es uno de los aciertos de la película, un ritmo de acontecimientos adaptado a la cadencia con la que crece su deseo, desde la curiosidad, la admiración y los celos hasta la atracción física y la expresión del amor. Mientras tanto poco se nos muestra de Oliver; hay una buena dosificación de lo que sabemos de él. Baila, liga, se expresa con espontaneidad y soltura; es un seductor total. La tensión emocional y erótica entre ellos es sutil, pero creciente. Los futuros amantes están, además, envueltos en la sensualidad del verano y de la materia de estudio del profesor y su alumno. Hay cuerpos desnudos esculpidos por los clásicos que surgen de las aguas, y jugosos melocotones en los que hundir un dedo (y alguna cosa más); hay chorreantes huevos pasados por agua, y un mundo cálido y relajado que se derrama en torno a sus pulsiones íntimas, a sus miradas, a sus vagas insinuaciones. Hasta que estalla la historia de amor, y la alegría de los amantes, libres ya para mostrarse al otro, se enmarca en la belleza de Italia, fotografiada sin obviedades, pero reconocible y magnífica. Y luego el sufrimiento. El terrible sufrimiento iniciático, para el que no hay consuelo, ni aunque uno tenga un padre como el de Elio. El largo plano final, que nos muestra a un Elio silencioso, transformado físicamente, asumiendo su duelo ante una chimenea encendida, lejos ya del verano, resume la película con una fuerza visual extraordinaria y es de una belleza conmovedora.
  La narración nos ha planteado una sencilla historia de amor juvenil, y hasta que estamos en la calle no aparece una última reflexión: En estos tiempos de acerbas críticas a los hombres fuertes y poderosos que seducen a mujeres vulnerables, ¿cómo encaja la historia de un menor de edad fascinado por un adulto que despliega ante él todo el poder de su belleza, su habilidad social y su altura intelectual y le acaba conquistando?

domingo, 21 de enero de 2018

Cine. Los papeles del Pentágono



Página clave de la historia del periodismo

Título original:  The Post

Duración: 116 minutos
Director: Steven Spielberg

Guión: Liz Hannah, Josh Singer


   
       Spielberg logra un apasionante retrato de una página paradigmática de la historia de la libertad de prensa, la que enfrentó al Washington Post con Richard Nixon con motivo de la publicación de los documentos que demostraban que la guerra de Vietnam se había prolongado a pesar de que sucesivos gobiernos –de Kennedy a Nixon- sabían que era imposible ganarla. Tras la sencillez del planteamiento se esconden millón y medio de vietnamitas y cincuenta y ocho mil americanos muertos, gente que fue enviada a Vietnam porque nunca era el momento de salir de aquel agujero negro, porque era inoportuno políticamente, porque era humillante o porque el presidente de turno no quería ser “el que perdió la guerra de Vietnam”.
  El Washington Post estaba gobernado por Ben Bradlee (Tom Hanks), que mantenía una respetuosa e inteligente relación con Katherine Graham (Meryl Streep), quien había accedido a la presidencia de la sociedad propietaria del periódico tras el suicidio de su marido. Graham era una señora bien que se esforzaba por salir del paso dignamente a pesar de que sabía que no se le reconocían méritos para estar donde estaba, una mujer asustada y dubitativa, que dependía de los consejos de unos y otros para tomar decisiones. La que le preocupa al principio de la película es la salida a bolsa de la sociedad, que está en una delicada posición económica. En esas está cuando se le exige la mayor decisión de su vida, la de sacar a la luz los “papeles del Pentágono” y enfrentarse a una batalla legal que podía acabar con el negocio que emprendió su padre, o plegarse a las presiones del poder político, con el cual había mantenido una relación fraternal desde tiempos inmemoriales.
   El mundo del periodismo de la época y  sus relaciones con la política están retratados con una precisión impecable y la narración sobre la lucha entre poder y prensa –que es lo que importa- logra superar la gran complicación de la trama de forma magistral. La mirada a la intimidad de Graham es quizá lo más flojo de la película, y hay alguna escena –ella con su hija, recordando a su marido- que resulta algo falta de credibilidad y superflua. Las razones por las que Graham decide apoyar al director del periódico, en contra de la opinión su consejo de administración quedan abiertas a la interpretación de cada uno -¿vanidad, intuición, convicción, azar, una mezcla de todo ello?- y a la lectura de su autobiografía. Meryl Streep siempre es ella –a pesar de su parecido con Graham-, mientras que Tom Hanks, en cambio, logra transformarse en un Bradlee incuestionable. Gran película.

Novela. Berta Isla, de Javier Marías



Alfaguara
544 pags.
Omnisciente Marías
   
  Tengo que reconocer que he leído con interés la última novela de Marías, aunque del interés al placer hay un buen trecho, reflexión que me hago cada vez que me adentro en una de sus novelas. En esta ocasión aborda la historia de un marido ausente durante años, casi por una vida, al que su mujer espera. 
   Berta se casó muy joven con Tomás Nevinson, medio español medio inglés, al poco de regresar él de estudiar en Oxford. Fue allí donde el destino, o el MI6, o quien quiera que sea que define las vidas de la gente, sentenció no solo su profesión, sino también su matrimonio, y, lo que es más importante, su identidad y su catadura moral. Fue allí, en ese ambiente tan querido por el autor y que tan bien retrata, ese ambiente “fuera del universo” de académicos hispanistas y anacronismos, donde Tomás empezó a dejar de ser Tomás, y Berta comenzó a no saber quién era su marido.
  Mientras nos narra esta historia, Marías reflexiona. Lo hace con un tono monocorde, intenso, dosificado en largas oleadas que se infiltran en la acción una y otra vez, con su estilo inconfundible, repleto de referencias literarias, con esa “laxitud sintáctica”  -son palabras de un crítico- que logra ponerme nerviosa. Da igual que hable en tercera persona un narrador ominisciente –como ocurre cuando seguimos la peripecia de Tom-, o que lo haga la propia Berta Isla –cuando es ella quien nos cuenta su aislamiento, su angustia y su miedo-. Todos hablan con la voz de Marías. De hecho hay un párrafo –que aparece en la contraportada- que repiten el uno y la otra con idénticas palabras. El resultado es que esa especie de contrato emocional que como lectora espero hacer con el autor en cada libro, y que me conduce a procurar estar “a favor” de él, a perdonarle sus fallos, a reírle sus chistes, a agradecerle su brillantez, a indagar en su esfuerzo e intenciones, a seguirle el rollo, ese pacto que normalmente se decide en las primeras cincuenta páginas,  en el caso de Marías no se da, porque su presencia es excesiva y apabullante, porque es a Marías a quien escuchas cuando habla Berta, y es él el que te muestra lo que piensa y siente Tomás. Es él el que reflexiona sobre la moralidad del espionaje, sobre la libertad del ser humano para decidir la propia vida, sobre la liviandad del mundo de hoy frente al de mediados del siglo XX; es Marías quien explica cómo se sentiría Penélope en el Madrid de los años ochenta y noventa, qué siente al perder la virginidad, cómo se plantea su viudedad sin muerto. Y es Marías quien habla cuando hablan los espías, los profesores de Oxford, los que amenazan y los que observan, los que mandan y los que obedecen, el que se va y la que espera. Esta presencia abrumadora del autor en cada página, por encima de los personajes, por delante de los conflictos que se plantean, es lo que me desengancha emocionalmente del libro, lo que me hace perder empatía con su autor hasta hacérmelo resultar un tanto cargante, a pesar del interés de los temas que aborda y de la indudable calidad de su escritura. Manías que tiene una.