Cátedra
311 pags
Cruel retrato
Galdós escribió este libro en 1884, y forma
parte de lo que él calificó como sus novelas “contemporáneas”. Esta edición de
Cátedra tiene un interesante prólogo, que conviene leer tras terminar la novela,
y que la sitúa en el contexto de la época –los meses anteriores a la marcha de
Isabel II al exilio, en el 68- y del resto de su obra.
Más que reseñar aquí los
hechos que en ella se narran me apetece sobre todo evocar la sensación de pobreza
–moral y física- que se desprende de estas páginas. La de Bringas es una mujer
obsesionada por aparentar, e incapaz de hacer nada para progresar económica y
socialmente por sí misma; una representante de la clase funcionarial que rodeaba
a la reina y su corte, amargada por el poco fuste de la carrera de su marido,
envidiosa y ramplona como el resto de sus amigas y allegadas, mentirosa y tonta;
un ejemplar surgido de los nuevos tiempos, en los que empezaba a emerger el
consumismo y la venta a plazos, pero que tiene también algo del hidalgo antiguo
aquel, que cubría sus barbas de migas para aparentar haber comido.
Galdós, a
quien alguien apodó el garbancero,
por la vulgaridad de sus temas y de muchos de sus personajes, no tiene la menor
misericordia con estos. Vapulea la obsesión de su protagonista por los trapos,
pero también la mezquindad y cortedad de miras de su marido y la miseria moral
de otros, más triunrfadores que este, pero igualmente pobres de espíritu. El
propio narrador, que se desvela como personaje al final del libro, es un
cínico. Todo es romo, cutre, ramplón; podemos verlo y sentirlo. No cuesta
imaginar la frialdad extrema de los inviernos en aquellos pisuchos anexos al
palacio real en los que se amontonaban las mujeres de los funcionarios que
pronto serían cesantes (figura galdosiana al máximo), intentando medrar a la
sombra de las marquesas. En la descripción de su vida familiar se percibe lo rancio
del olor de sus cocinas, la ausencia de higiene, el sudor de aquel verano del
68 pegado a esos trajes monumentales que la de Bringas se empeñaba en
fabricarse con el dinero que sisaba al tirano de su marido. Da horror pensar en
tanta criada encerrada en un cuartucho, en tanto trasiego de alcoba sin más sentido que la superviviencia social y económica de una mujer, en tanto fluido sin lavar como debían desprender
aquellos cuerpos, portadores de almas miserables. Leer este libro es sumergirse
en esa España que tan lejos queda, afortunadamente, y admirar la escritura magnífica
de Galdós.
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